e quedó deshabitada allá por los años sesenta. Tampoco es que anduviese sobrada de vecindario, pero los pueblos de la Bizkaia, en Ezprogui, en la antigua Val de Aibar, habían conseguido mantener el humo en sus agonizantes chimeneas hasta los años sesenta del pasado siglo, que es cuando la Diputación decidió comprar aquello para “finca forestal”. Se vaciaron entonces los pueblos, se cerraron los caminos, se derrumbaron las casas, emigró alguna imagen religiosa, y un crismón, y hasta una pila bautismal marcharon antes de ser expoliados. Y estos pueblos se sumieron en el silencio, nunca olvidados por quienes se fueron.

A mucha gente ajena a la comarca no les dice nada este lugar, pero ignoran que cuando contemplan el santuario de San Miguel de Aralar, lo que de verdad están contemplando son las piedras de las casas de los pueblos de la Bizkaia, empleadas décadas atrás en la restauración de ese templo. De alguna manera allí vive la Bizkaia.

Parecía que se apagaba definitivamente la memoria de este ramillete de pueblos deshabitados; pero es una realidad que allí, al cementerio de Arteta no le faltan nunca flores; es una realidad que hasta la Virgen de Ujué llega cada año un cruz penitencial hecha con boj del monte de Sabaiza; es una realidad que los antiguos vecinos allí se juntan una vez al año en alegre fiesta, disimulando mal que bien la añoranza.

Y la gozosa realidad es que en Ayesa se abre ahora un museo para que la memoria de la Bizkaia no se difumine; un gesto bonito que honra a ese ayuntamiento. Y que a aquellas últimas gentes, a sus testimonios y recuerdos, se les va a hacer un hueco en el Archivo del Patrimonio Oral de Navarra, que es una forma de nunca morir.

Ayesa se está portando, está dando la talla, no han mirado para otro lado, no han querido ser cómplices de ese olvido al que estaban abocados sus pueblos vecinos. Hay que decirlo alto y claro; y en esa meritoria responsabilidad asumida hay nombres y apellidos de quienes están en esa brecha: Javier Marco, Roberto Lecumberri, Eugenio Lecumberri, Manu Navallas, Jesús Aiesa, Camino Landarech… y muchas más personas a las que desde aquí pido perdón por omitirlas injustamente. Y cuando digo Ayesa me refiero indistintamente al concejo de Ayesa y al ayuntamiento de Ezprogui.

Y por si no era suficiente, al auxilio de su historia y de su memoria ha acudido Juan Jesús Recalde, con un estilo impecable, con un trabajo impagable bien hecho, riguroso hasta decir basta. Todo un lujo para estos pueblos. 540 páginas de desolvido, de memoria e historia salvaguardadas que llevan la huella y la firma de este profesional de la etnografía y de la investigación histórica.

Si saco hoy a relucir este caso de los pueblos de la Bizkaia es para poner a Ayesa como ejemplo de trabajo bien hecho, como ejemplo de pueblo implicado y comprometido, como ejemplo de dinamismo efectivo que nos hace entender que frente a tanta palabrería hueca en torno al desarrollo rural, con su discurso silencioso, Ayesa está dando una lección magistral ante la que solo cabe descubrirse. Vale lo que se hace.

Y sí, la Bizkaia sí tiene quien le llore. Tiene una asociación de amigos, tiene un museo, tiene un libro, tiene un proyecto de salvaguarda del patrimonio oral, y una corporación municipal bien asesorada y con objetivos claros. El que quiera que copie.

Se vaciaron entonces los pueblos, se cerraron los caminos, se derrumbaron las casas, emigró alguna imagen religiosa

Si saco hoy a relucir este caso de los pueblos de la Bizkaia es para poner a Ayesa como ejemplo de trabajo bien hecho