La vida es como un videojuego en el que no ganas, pero tampoco pierdes. Ese, en el que morirte no sirve para nada, si vuelves a resucitar. Ya pueden pegarte un tiro en la sien, que no vas a derramar ni una gotita de sangre. Es ese videojuego en el que necesitas la ayuda de tu mejor amigo para salir de tu escondite y liarte a tiros, para no acabar tú en el agujero metido. Así es. Vivimos y morimos constantemente. Tengo claro que yo no soy el superhéroe de mi videovida. La y el superhéroe eres tú. Mamá. Digamos que yo soy el mando y tú eres el niño que controla los botones mejor que las divisiones. Eres tú la que me coge el brazo y me hace tirar para adelante. Eres tú la que me salva continuamente de las cagadas que, con o sin querer, acaban enterrando mis ganas de luchar por mis sueños. Eres tú la que se desvive por mis formas tontas de ver la vida. Y eres tú la que se deja morir cada vez que el fracaso o la mentira llaman a mi puerta. Que a ti no te hace falta capa para volar, ni tampoco necesitas que te llame súper mamá. Porque para vuelo, el de tus brazos arropándome. Y para levantarme y no verte, mejor me quedo tumbada en la cama con los ojitos cerrados. Que no necesito a nadie que no seas tú. Y que no es que seas la mejor mamá del mundo. Simplemente eres la mía. Y qué más puedo pedir.