Más allá del dolor escondido detrás de las despiadadas cifras que arroja la pandemia, y del insólito sacrificio de libertades individuales y colectivas, evento que podríamos catalogar de circunstancial sin entrar en debate sobre su pertinencia, este 2020 sombrío deja una herida que difícilmente logrará cicatrizar a corto plazo: la pérdida de credibilidad. En las instituciones internacionales, incapaces de alinearse, anticipar y amortiguar el golpe. Paralizadas y enmudecidas ante las hordas de expertos multidisciplinares-marca-blanca reclutados (o no) durante la contienda. Erráticas en el análisis de las causas, en la medición del impacto de las consecuencias y en la definición de indicadores efectivos y unívocos.En los medios de comunicación, involuntarios delatores de los anteriores y catalizadores del pánico y el caos global, excesivos y redundantes en su cobertura, frenéticos e imprecisos en los números, manipuladores y tendenciosos en los titulares. En los gobiernos y ayuntamientos, superados, expuestos e indefensos ante la embestida. Titubeantes y condescendientes, actuando por imitación del vecino inmediatamente antes afectado. Paternalistas en el trato a sus ciudadanos, considerados por aquel lactantes sin la madurez, criterio ni capacidad necesarios para afrontar la pandemia de manera responsable. Sembrando y fomentando así entre la población incertidumbre, tensión, temor y discordia. Y la más preocupante, consecuencia o quizá causa de lo anterior: en las personas. La gente desvelada como una entidad ajena, individualista, sospechosa y denunciable. El adolescente de la litrona furtiva, la mamá confinada ventilando carrito en el patio, el anciano con la mascarilla por alzacuellos, el errante de la bolsa de la compra, el de la mascota en el parque, el hostelero, la compañera de piso, el runner, la vecina del sexto, el que teletrabaja y el que no... Todos y cada uno hasta componer una sinfonía de acusados-acusadores anónima inspirada por el miedo, el rencor y la frustración entre algunos de los valores más cuestionables de la condición humana, orquestada por la clase política y sonorizada por el pseudo-periodismo de la era digital. Sería oportuno que los laboratorios magos inyecten también en 2021 la vacuna para esta infección antes de que se torne crónica.