El fallecimiento de Antonio Ros ha sido para muchos de nosotros una de esas noticias inesperadas y muy tristes. Es cierto que a causa de la pandemia hemos estado desconectados de la familia del baloncesto durante prácticamente un año, pero conocer de manera tan imprevisible que Antonio nos ha dejado es algo que parece casi imposible, difícil de asimilar. Han sido muchísimas las temporadas contando con su presencia. Pasaban los años y siempre estaba ahí, un auténtico e incombustible referente arbitral. Era difícil concebir una temporada sin que Antonio no estuviese ahí para arbitrarnos al menos dos o tres partidos. Algunos tuvimos la suerte de conocerlo arbitrando nuestros partidos más tempranos, allá por los años 70, cuando comenzábamos nuestra andadura en esto del baloncesto, jugando en las categorías infantiles y juveniles. Su dedicación a lo largo de tantos años y su eterna presencia en las canchas han servido como referente y acicate para aquellos que amamos este deporte. Su talante serio pero contenido en la pista y sus afables conversaciones fuera de ellas no hicieron sino ganarse el respeto de los que en este club hemos tenido la suerte de coincidir con él durante tantos años y también de las numerosas y jóvenes generaciones posteriores que con el paso del tiempo se han ido incorporando al equipo. Respeto ganado durante sus años arbitrando partidos en nuestra categoría regional, una labor a menudo complicada y en muchas ocasiones poco reconocida o agradecida pero sin la cual nuestro deporte sería impracticable. Por nuestra parte, expresar nuestro más sincero pésame a toda la familia del baloncesto navarro, Federación y estamento arbitral por la pérdida de una figura referente e irrepetible. Descanse en paz don Antonio Ros, y muchas gracias por todos estos años de dedicación al baloncesto y al arbitraje y por tu generosidad compartiendo tantos momentos, complicidades y vivencias con nosotros.

El autor escribe en representación de los jugadores en activo y veteranos del Club Muthiko Alaiak de Baloncesto