erdes campos, verdes montes poblados de pinos y robles; aire fresco que susurra al chocar contra ellos. Peñas grises, oscuras, desde la cuales puede verse una estrecha carretera que serpentea hasta llegar a un pequeño pueblo. Lugar tranquilo donde pastan los rebaños. En lo alto buitres, alimoches, águilas reales y halcones planean vigilantes sobre el paraje. Remanso de paz donde la vida transcurre lenta, silenciosa, lejos del mundanal ruido que acecha a escasos kilómetros de distancia.

Así es el lugar que algunas personas hemos elegido para vivir, renunciando a ciertas comodidades y valorando otras que, bajo nuestro punto de vista, equilibran la balanza.

Somos muy conscientes de las necesidades energéticas que los seres humanos nos hemos ido creando a lo largo de la historia. Sabemos que el planeta no da más de sí y que se hace imprescindible un cambio en la forma de extraer la energía que consumimos; sin embargo, también se hace evidente la necesidad de cambiar nuestros hábitos de consumo. No podemos seguir derrochando una energía que tanto cuesta generar. No podemos seguir destruyendo el planeta a marchas forzadas.

Hace ya tiempo que llegó el momento de hacer una profunda reflexión sobre la forma de generar energía y sobre el consumo que hacemos de ella.

Escuchamos hablar de la transición energética; soñamos con formas de generar energía más respetuosas con el medio ambiente y con un consumo más responsable y sostenible. Conocemos experiencias que nos demuestran que esto es posible y nos hacen mirar con esperanza a un futuro, más o menos inmediato, en el que la producción de energía será más limpia, aunque hayamos llegado a este punto empujados por un cambio climático que ya nadie niega y por un inminente agotamiento de los recursos fósiles explotados hasta el momento.

La experiencia nos dice que los macroproyectos impulsados por grandes empresas cuyo único objetivo pasa por llenar más y más sus arcas no son, para nada, respetuosos con el medio ambiente, y no impulsan un consumo responsable de energía, sino que nos abocan a un consumismo irresponsable que genera millones de euros para engordar determinados bolsillos.

Hoy nos encontramos con una propuesta para colocar en nuestros montes 56 molinos de viento gigantes, y una línea de alta tensión surcaría el cielo sobre nuestras cabezas para transportar la energía generada hacia subestaciones eléctricas que la inyectarían en las grandes líneas para exportar electricidad. Las crestas de nuestros montes, despobladas de sus árboles (sumideros naturales de CO2), quedarían convertidas en polígonos industriales donde generar energía a gran escala y perpetuar así un consumo irresponsable y lucrativo.

En ningún momento el Ayuntamiento del valle, ni tampoco su vecindad, hemos sido debidamente informados de tal proyecto. Hemos sabido que ya a finales del año 2019 este Ayuntamiento tuvo las primeras informaciones acerca de la mencionada propuesta; sin embargo, a través de los medios de comunicación hemos ido conociendo detalles de las intenciones de una gran empresa a este respecto. Dado el impacto que tanto a nivel ambiental y paisajístico como económico y social dicho proyecto tiene sobre los y las vecinas del valle, no nos parece de recibo esta falta de transparencia por parte de la Administración Foral, que a día de hoy sigue guardando un silencio sospechoso.

Estamos, cómo no, a favor de explorar fuentes de energía renovables de corto recorrido; de un consumo, también en lo que a energía se refiere, de producción local y sostenible. No podemos, por tanto, apoyar un macroproyecto de aerogeneradores gigantes destinados a un negocio lucrativo de empresas que especulan con la energía a escala mundial, devastando nuestros bosques y paisajes para vendernos luego una energía a la que, paradójicamente, califican de “limpia” y “verde”.

A quienes apelan a nuestra solidaridad para con las grandes urbes que demandan ingentes cantidades de energía, respondemos con una oleada de solidaridad para con el planeta y las generaciones venideras, que merecen, cuando menos, lugares donde poder habitar; un mundo que también nosotros/as heredamos y del que no somos dueñas/os y señores/as.

¡Sí a las energías renovables!

¡No a la especulación energética!

La autora es vecina de Ilurdotz-Esteribar