Hace cuatro años me trasladé a vivir a Elizondo. Una decisión valiente que me trajo una soledad y un aislamiento inesperado. Me sentía diferente, no parecía encajar, no encontraba la manera de comunicarme y parecía que mi peculiaridad hacía que todos me reconociesen. Pero todo cambió el día que decidí hacerme voluntaria de Anfas. Allí, en un cursillo de natación, conocí a Eneko, todas las nubes negras sobre mi cabeza se desvanecieron y encontré mi primer amigo en Elizondo. Eneko es un niño guapo, un nadador increíble. Se lanza a la piscina como yo me lancé a mi nueva vida. Grita y se comunica tan vivazmente como trinan los pájaros de los bosques de Baztan. Se asusta ante la novedad y el cambio como todos nosotros este año. Eneko es especial, diferente, tan distinto y tan igual como tú y como yo. Eneko me ha enseñado que hoy en día todos estamos sumergidos en la piscina de la incertidumbre. Que todos vivimos en nuestro mundo, a veces las palabras no llegan, a veces nuestro cuerpo no obedece, a veces nuestras emociones nos superan, a veces no llegamos a las metas que otros han decidido sean las de todos. Eneko crecerá, dejará de ser un niño, pero nunca dejará de ser una gran persona más allá de su discapacidad. Pero nunca desaparecerá su necesidad de acompañamiento en las diferentes etapas de su vida. Será Eneko adolescente, adulto y anciano como todos, y llegará un momento en que nos asemejaremos a él. Y necesitaremos ayuda y entenderemos que dependemos de los demás, de la generosidad de un voluntario, de los servicios que ofrece una asociación, de la presencia de un familiar. Eneko es hoy un niño más frágil porque puede perder el apoyo que le brinda un Anfas frágil también. Y hoy no nos podemos permitir distanciarnos más de nuestra humanidad. Todos nadamos en la misma piscina, somos nadadores de distintas capacidades que dirigen su mirada hacia un horizonte protector. Y en ese horizonte tiene que estar Anfas (Asociación navarra a favor de las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo y sus familias).