Que más de un tercio de la población rural esté en proceso de tener que abandonar sus lugares donde viven y que los sucesivos gobiernos lo consideren como un proceso natural consecuencia del progreso es el resultado de las políticas de desarrollo tan torpes creadas por el franquismo y la Transición. Realmente es el resultado del desarrollo salvaje para proteger a los ambiciosos a costa de los núcleos rurales que se han convertido en espacios para viejos y que van a terminar en zonas desérticas. Ahora el problema ha explotado porque los políticos han descubierto que sin agricultura no es posible estructurar un país con desarrollo sostenido. El problema, que desde hacía mucho tiempo ya se veía que era de dimensiones colosales, ahora lo estamos empezando a evaluar en sus justos términos con la conclusión de que la única solución es limitarse a abandonar y dejar que se arruinen la mayoría de los núcleos poblacionales porque el coste económico de su reconversión sería imposible de afrontar. Piénsese en los efectos sobre la reestructuración de la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales y las inversiones para crear una red de transporte eficaz que estimulen a sus habitantes a permanecer en los pueblos y no sentirse atraídos por los cantos de sirena de las grandes ciudades que van a transformar sus propias vidas para adaptarse a una dinámica vital a la que no están habituados, y al mismo tiempo, el efecto que esas movilizaciones causarán en las grandes urbes en todos los sentidos. Pero el principal efeto es la dificultad que tienen que superar en el aspecto psicológico: es sacar de su mundo tradicional a una sociedad envejecida, poco versátil y sin los estímulos porque tienen que abandonar sus costumbres para adaptarse a otras que no entienden ni les interesan . Y los vascos no estamos exentos del efecto "EH vaciada".