La enfermedad mental, en ocasiones, es peor que la física, por el estigma social que la acompaña. Cuando un conocido nos comunica que padece cáncer inmediatamente nos compadecemos, nos mostramos cercanos, tratamos de ayudarle y de aliviar su sufrimiento. Pero si esa misma persona nos desvela una enfermedad mental que altera su comportamiento, no pocas personas se alejarán por miedo a los síntomas de la enfermedad y el desconocimiento de los procedimientos de ayuda y acompañamiento que se precisan para integrarse en la sociedad y vivir una vida plena. Por eso celebro el paso adelante que supone la aprobación de la Estrategia de Salud Mental, centrada en la prevención del suicidio y con enfoque de género que, mediante la prevención y la investigación, permitirá a nuestros enfermos una detección y tratamiento precoz en el ámbito comunitario, lejos del aislamiento y rechazo que empeora el curso de la enfermedad.