¿Ha visto alguien alguna vez una línea más recta que la trayectoria del balón en el golazo que metió el Chimy Ávila el pasado sábado? Un cohete no la dibujaría mejor. Si no hubiese sido un buen futbolista habría sido un buen delineante. No me explico cómo no rompió la red a no ser que ahora estén hechas con fibras de titanio. Pero es que minutos más tarde defendía haciendo de poste en el que se estrelló un delantero del Celta, y aunque le costó una tarjeta, evitó el inevitable gol predestinado que vendría un minuto después. Lo metió Iago Aspas, muerto de envidia, y por no poder hacerlo más recto que el de Chimy, lo hizo más exacto. Pero es que después, en el minuto veintisiete, Manu Sánchez le manda a Chimy en parábola un centro normalito y él lo convierte en extraordinario poniendo cuello de Fernando Alonso y aplicando sobre la hierba el bote que dan las piedras que aceleran en la superficie del río. Manda el balón al punto exacto en el que colocó el primer gol solo que un poquito más alto para que el portero no lo tocara, como si tuviese ahí una diana que no ve más que él, como si en lugar de fútbol estuviese haciendo magia o como poco prestidigitación

Si alguien ha visto el escorzo de Chimy en la fotografía de este periódico que retrata con mirada de microscopio el segundo gol, con los dos puños cerrados y su brazo derecho como si fuese a dar un crochet de boxeo, su pierna derecha como si hubiese chutado, su cabeza como si hubiese embestido al balón con la violencia necesaria para expandir por toneladas el sudor de su cabeza como si fuese caspa, entonces admitiría que este gol no es casual y poco tiene que ver con la dictadura de la suerte a la que están sometidos casi todos los goles. 

Y sin embargo, Chimy es un tipo supersticioso, no me cabe duda. Trabajador también, sencillo y humilde porque nunca va a olvidar el origen desde donde salta al fútbol. Al terminar el partido besa un objeto azul que las prisas de la cámara no dejan identificar. Pero presiento que el mayor expositor de su superstición son los tatuajes y a este paso nos vamos a quedar pronto sin sus goles porque no le va quedando sitio en donde almacenarlos. Alguien dijo que las supersticiones afinan la concentración. Cuando ya no le quede piel en la que sustentar su buena suerte, tal vez pueda utilizar las ventajas de la ciencia para seguir regalándonos goles como los del sábado. No voy a decir para que la vida tenga sentido pero sí al menos para que nuestro ocio tenga efectividad.