Este artículo no va dirigido a ecologistas urbanos, que también, pero no en primer lugar, sino a agricultores y ganaderos de la Cuenca de Pamplona, gentes con las que me crié y quienes resultan imprescindibles para cualquier política medioambiental sostenible y eficaz.

El verdes del título es un epíteto, es decir, un adjetivo innecesario. Tan innecesario en la Cuenca de Pamplona como decir la blanca nieve. La Cuenca de Pamplona, además de ser el origen del futuro Reino de Navarra, ha sido la zona cerealista más septentrional de Navarra, y una zona donde la cosecha está prácticamente asegurada. O buen año, o excepcional. Recuerdo más cosechas perdidas por campos tumbados con las tormentas que por sequía. Y en septiembre las rastrojeras, con las primeras lluvias, se convertían en verdes campos de pasto. Pasto para el afamado cordero de la Cuenca.

Solía ser fuente de conflicto el que algunos agricultores araran los campos antes de que los pastores los aprovecharan. “Más vale la mentira de la Ribera que la verdad de la Montaña”. Recuerdo esa frase lapidaria, dicha por un pastor de la Ribera, al ver cómo se labraban las rastrojeras al principio del otoño. En aquellos tiempos para labrar había que aprovechar el tempero, el ergain, y eso hacía que no siempre se respetaran los tiempos del pastoreo. El calendario tradicional decía que las habas se sembraban hacia el Pilar, y el cereal a partir de Todos los Santos. Es decir, había casi dos meses de verdes rastrojeras que nada tenían que envidiar a los prados de Holanda o Suiza.

El panorama ha cambiado totalmente. Ahora la ganadería extensiva de temporada casi ha desaparecido. Por cierto, el último pastor que metía el ganado en el término de Pamplona, en la Vaguada de Ermitagaña, por ejemplo, era de nuestro valle. Y este año, en el que los hongos han tenido su momento de gloria en la prensa local, también ha sido excepcional el cereal que ha brotado en las rastrojeras con las lluvias de septiembre.

¿Y qué han hecho algunos agricultores inquietos? Pues fumigar esos campos con herbicidas. Basta dar una vuelta por la Cuenca para ver rastrojeras rojas con la hierba abrasada. Y me pregunto, ahora que se aprovecha tanto el grano como la paja, ahora que tenemos maquinaría tan sofisticada, semillas y abonos tan específicos para cada necesidad, ¿es necesario quemar los campos así en otoño? ¿No hay otras formas de aprovechar ese recurso como se hacía tradicionalmente? ¿Es esto una agricultura desarrollada? ¿Es esta una agricultura en simbiosis con la ganadería y el medio ambiente?

¿Estamos tan sobrados de pienso para el ganado que podemos fumigar los pastos de otoño? ¿No hay pastores en la Montaña que puedan aprovechar esos pastos? ¿No fue el pastoreo justamente uno de los elementos de la formación de aquel Reino de Pamplona, futuro germen del Reino de Navarra? ¿No es posible poner de acuerdo a los agricultores de un pueblo para que cedan sus derechos de arriendo de hierbas? ¿Pueden las autoridades sanitarias garantizar la salud de esos trabajadores del campo que manipulan estos herbicidas, pueden garantizar la salud de los futuros consumidores? ¿Pueden las autoridades medioambientales garantizar que la flora y la fauna de esos campos no se van a ver afectadas gravemente?

En Arraiza de Etxauri he visto un pastor con su rebaño esta semana. En una verde rastrojera. Hay algo de esperanza en ese epíteto.