Vuelvo a intentar llegar a mi piso de Mercaderes, o eso que mi vieja llama apartamento, a lo cual, yo entre dientes le respondo “bueno bueno…”, aunque en realidad tienen razón. Es un pequeño, muy pequeño, un cuchitril de 40 m2 que yo pago a precio de chalé con vistas a la playa o al monte, aunque tengo Emanzipa (ayuda para los jóvenes arrendatarios o para arrendadores, ahora no lo tengo claro, perdón). La verdad es que lo más parecido a una playa que veo desde mí balcón son los guiris, rojos como un tomate por culpa de los silenciosos, pero picantes rayos del sol de septiembre.

Perdón, que me voy del tema. Sigo con el propósito de llegar a mi casa esquivando turistas y vuelvo a ver el toro negro cada día más cojo de la tienda de souvenirs. Por si su muerte no fue suficientemente dura, ahora como si fuera una estrella de los 80 venida ligeramente a menos, aguanta fotos y días enteros de labor sin un solo descanso ni para comer.

Esto puede parecer un problema trivial, pero se está convirtiendo en un hándicap para los amantes de Alde Zaharra. Para alcanzar el portal, esquivo más turistas que en los propios Sanfermines. Es cierto que estos no están ebrios, pero dada su avanzada edad, en alguno de los casos el equilibrio es inquietantemente parecido. A estos tampoco les dejan excesivo tiempo para comer entre actividad y actividad.

En lo viejo están enfadados sí, pero yo no me pienso enfadar. “Si no puedes con tu enemigo, únete a él”. El próximo sábado 4 amigos/amigas vestidas de pamplonicas y con un toro de carretilla vamos a emular la peligrosa curva de Mercaderes mientras deambulan los free tours. Luego, pasaremos la gorra y cobramos las fotos como si fuéramos el pato Donald o Mickey Mouse en Port Aventura. Eso sí, tranquilos, el dinero lo gastaremos en los bares, lo que ahora llaman, creo, comercio local.