13 de de septiembre de 2024. 13:10. PA-30.

PK 8,5.

Infracción: conducir utilizando cascos o auriculares conectados a aparatos receptores o reproductores de sonido. Conduce con auricular con cable de color blanco en oído derecho.

Importe: 200 euros (100 por pronto pago y aceptando que has cometido la infracción).

Puntos a detraer: 3.

Firman el agente H63587Z y como testigo el agente X97101G. Unidad: 3101

En resumen una multa. ¡Qué putada! Tocará pagar, que pronto pago son 100 eureles en lugar de 200 que me dejan temblando... solamente hay un problema: es mentira.

Una furgoneta azul de secretas pero uniformados de agente de la Guardia Civil me indica que me orille, me meto a una gasolinera y ahí me dicen que conducía con los cascos puestos. ¡Ni de coña! es mentira. Insisto. Se reiteran. Insisto. Me pongo nerviosa, esto no me puede estar pasando. ¡Que es mentira! ¡Que yo no iba con los cascos puestos! Y ya está, con la misma me dejan allí llorando e impotente ante la injusticia que se acaba de producir.

Todos hemos oído alguna vez aquello de “mi palabra contra la de ellos no vale”, y es así. No tengo forma de demostrar que yo no conducía con los cascos puestos (ausencia de prueba), y ellos, dos agentes de la autoridad haciendo un acto claro de abuso, mienten descaradamente encubriéndose el uno al otro en la mentira.

Después de llorar, sentirme injustamente tratada, desahogarme con mi gente y volver a retomar la tranquilidad, ahora me enfrento a la realidad. Toca pagar y seguir mi camino, o lanzar un grito desesperado al que lo quiera oír. Da igual si se me cree o no, lo que quiero plasmar en estas líneas no es un acto de venganza, lo que realmente quiero es lanzar una reflexión común.

¿Cómo es posible que ocurra esto? Dos personas funcionarias del Estado, con su nómina a fin de mes garantizada, necesitan de multas para no perder el plus que se les da por poner dichas multas. Y son capaces de inventarse una infracción indemostrable por quien supuestamente la hace, pero tampoco por ellos. ¡Es que flipo! Pero lo que más me indigna es la indefensión a la que me enfrento. Es solo mi palabra, y está claro que no vale nada.

Sé que es solo una multa y 3 puntos del carnet. Nada grave, está claro. Podría pagar y pasar de todo, que además me sale más barato. Podría callarme y ya está. Pero, ¿cómo vamos a pelear contra injusticias más graves, que me consta que las hay, si permitimos los gérmenes del abuso del poder? Como ciudadana me planteo ¿qué me queda si la palabra no vale y no hay prueba? Y tras darle mil vueltas llego siempre a la misma conclusión. Nada, no me queda nada. Y es precisamente eso lo que estos representantes del Estado en forma de guardias civiles saben. No hay prueba, no hay herramienta legal, no hay salida para una ciudadana indefensa, que está sola y que no puede demostrar que es inocente. Es culpable porque ellos lo dicen. Punto, no hay más y lo saben. A partir de este punto es donde realmente me preocupa la situación, extrapolen a lo que pueda ocurrírsele al lector y se verá la importancia de lo expresado.

Seguiré mi camino, no pagaré la multa, y seguramente me nieguen mis recursos por una vez más tener solo mi palabra como sustento de la verdad, pero no me van a quitar la dignidad de poder acostarme a las noches con la conciencia tranquila, cosa que estos dos agentes saben que no pueden hacer.