Me encuentro entre los que opinan que el engendro de Pamplona denominado Monumentos a los Caídos debería haberse demolido sin más contemplaciones. Sin embargo, la política es la práctica de lo posible (Realpolitik para los alemanes) y si no hay mayoría se ubica el consenso a medio camino entre el escombro y dejarlo como está y se le llama resignificación. Algo imposible, pero, en fin.

No se sabe qué se va a hacer con el mamotreto, sin embargo, al más avispado ya se le ha ocurrido el nombre que tendrá la cosa: Maravillas Lamberto. Ignoro quién fue el autor del desbarre, aunque le atribuyo la loable intención de la reparación, porque este debería ser el objetivo de la resignificación y no otro. Craso error en la elección del nombre; nada se puede reparar ocupando con el nombre de las víctimas los símbolos de exaltación de sus victimarios, por muy resignificados que se pretendan.

La carga del execrable crimen en la nomenclatura Maravillas Lamberto no suena a desagravio, sino a revancha y a desquite. Un disparate como si se hubiera elegido algo tan explícito como criminal Sanjurjo, asesino Mola o genocida Franco. Es un desacierto a todas luces, innecesario existiendo infinidad de nombres balsámicos por donde transitar (memoria, paz, concordia…).

Dejemos que el precioso nombre de Maravillas Lamberto quede en la memoria de sus deudos y de la historia; y no asociado y prendido a los vergonzantes muros de esa plasta impostada, erigida a gloria de la infamia, por los mismos criminales desalmados que la violaron y asesinaron. Los nombres tienen importancia y mucha.