Soy vecino del barrio de Mendillorri y tengo un hijo adolescente de 17 años. Como la mayoría de los jóvenes de su edad, él y sus amigos del barrio son muy activos, pero tengo la suerte de que les encanta el deporte. Todos los viernes se reúnen para jugar al fútbol (como dicen ellos, echar una pachanga) y después pasean por el barrio comprándose alguna bebida energética y algunas patatas con su limitado presupuesto de 2,5 euros.

El día 26, debido a una tarde desapacible, decidieron reservar el trinquete municipal de Mendillorri para jugar a frontenis, pensando que la entrada era gratuita. Al realizar la reserva, en ningún momento se les indicó que debían pagar la cantidad de 5,61 euros por persona.

Como es habitual en estas tardes de Navidad, los seis amigos quedaron, y se dirigieron al polideportivo para disfrutar de una tarde de deporte y diversión. La sorpresa llegó cuando, al intentar entrar, el conserje les informó de que debían pagar 5,61 euros cada uno. Para jóvenes de esta edad, dicha cantidad es considerable. Entre los seis, lograron reunir un total de 22 euros sacrificando la tradicional bebida y aperitivo posteriores al partido, ya que estaban decididos a jugar al frontón. El conserje les aseguró que, una vez pagado, podrían utilizar la instalación todo el tiempo que quisieran. Sin embargo, pasada hora y media, el conserje apagó los focos obligándoles a interrumpir el partido, lo que les hizo sentirse doblemente engañados. 

Si nuestro objetivo es promover una juventud saludable que practique actividad física y evitar el sedentarismo, deberíamos facilitar el acceso a las instalaciones deportivas municipales para los jóvenes, ajustando los precios a su realidad económica. La conclusión que sacaron estos jóvenes es que es más barato y accesible reunirse en un banco para fumar y beber que practicar deporte en las instalaciones municipales.