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UCI B: espiritualidad

UCI B: espiritualidad

Tras mi hibernación en la UCI B pedí un Evangelio. Dos enfermeras me lo leían. No hizo falta. El Evangelio eran ellas. Un médico me inquirió: “¿qué necesitas?”. Traslación de la pregunta de Jesús al paralítico: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Los días sucesivos un tsunami de amor a mi vera. Una fuerza desconocida hasta entonces, interna, impelía mis palabras. “Hablarán lenguas nuevas” dice el Evangelio. Conectada como nunca a mi cuerpo herido, me sentí curada. Sana como nunca. “Tu fe te ha curado” musitaron tantas veces los labios de Jesús. Alucinada de lo que estaba viviendo.

Yo, enemiga de la cruz de Cristo, vivía ahora el resplandor glorioso de su cruz. Una intervención médica en mi costado lo evidenció. “De su costado salió sangre y agua” relata San Juan. De su costado abierto volvía yo a nacer de nuevo. En la UCI B se produjo mi nuevo nacimiento. Mis llagas se asemejaban a Él. Sus heridas me habían curado. Una corriente ígnea, fluida, misteriosa, se deslizaba imperceptible entre los médicos y yo dándonos lo que mutuamente recibíamos. Ellos en mí y yo en ellos: realidad trinitaria. “Vosotros en mí y yo en vosotros” vaticinó Jesús. El presente cobija aterido las brasas refulgentes de la UCI B. “¿Qué vas a hacer con tanta vida entre tus brazos?” cantaba Rocío Jurado. No lo sé. No sé para qué vivo ni cuál es la razón de mi existir.

Las mismas nieblas de María: “¿cómo será eso? Discurría qué saludo era aquel”. El desamparo de ser hombre de Octavio Paz. El ser para la muerte de Heidegger. La pasión inútil de Sartre. El ser cristificado, el Cristo total de Pablo de Tarso. Estas cosas las revela el Padre a sus pobres. Todo me lo ha entregado mi Padre. ¡Seno eterno de infinita vida!