Se habla de seguridad vial, pero poco del drama cotidiano que sufren los peatones. Niños, mayores, personas que simplemente caminan por su ciudad, quedan expuestas a una máquina que, en manos irresponsables, puede ser letal: el coche.

En 2024, más de 500 personas murieron en siniestros urbanos en España. La mayoría eran peatones. Y junto a ellos, miles de heridos graves. Más de 4.000 personas al año quedan con secuelas físicas y psicológicas tras ser atropelladas. Muchos no regresan a casa tal como salieron. ¿De verdad lo estamos asumiendo como algo inevitable? Detrás de cada cifra hay una historia y, casi siempre, una decisión humana: velocidad excesiva, consumo de alcohol o drogas, distracción al volante -especialmente por el uso del móvil-, o pura impaciencia. No es un accidente cuando se pisa el acelerador en una calle limitada a 30 km/h. Es negligencia. Es violencia vial.

Nuestras ciudades siguen priorizando al vehículo privado frente a la vida humana. Y lo hacen en nombre de una movilidad que, paradójicamente, deja a muchos inmóviles para siempre. La solución está a nuestro alcance: educación vial desde edades tempranas, sanciones firmes, medidas urbanísticas que protejan al peatón, y un cambio cultural profundo. Las calles deben ser lugares para convivir, no para morir ni quedar marcados de por vida.

En plena Europa del siglo XXI, seguimos asistiendo a un goteo constante de muertes en nuestras calles, como si se tratara de una guerra silenciosa. Una máquina con potencial letal sigue cruzándose cada día con la vida de los más indefensos. Mientras tanto, no miremos hacia otro lado.