Ictus. ¿Secuelas?
Sin cumplirse cuatro meses del fallecimiento de Belén, mi mujer (y por aquello de que las desgracias nunca vienen solas), sufrí un ictus y tuvieron que operarme para limpiar una arteria carótida que casi estaba obstruida. No tenía síntomas claros, salvo un atontamiento general (“que en mí son habituales”, diría mi nieto con la gracia que le caracteriza), pero gracias a que acudí al centro de salud y me derivaron a Urgencias del HUN, me diagnosticaron con rapidez y me dijeron lo que había que hacer.
Todo fue bien y me dieron el alta a los días, en principio sin secuelas. Cuando retomé mis paseos, tuve tres capítulos negativos en los que me fallaron las piernas (en contextos sencillos: sortear un charco o brincar de un escalón un poco más alto de lo habitual) y caí de rodillas, con grandes dificultades luego para reincorporarme y con los consiguientes miedos para el futuro. Por otro lado, he perdido el apetito y como sin tener hambre, por necesidad. Todo esto, lógicamente, lo he tratado con mis médicos y, previa analítica, me han ajustado la medicación para ver cómo reacciono. Y en ello estoy. Lo cuento por si alguien está en una situación parecida, para que no se lo deje de mirar.