Es sin duda una de las frases que más escuchamos las profesoras y profesores en nuestro día a día, pero, sin embargo, no veo colas de gente para estudiar y ponerse a vivir igual de bien que nosotras y nosotros.
Tengo 37 años y llevo 12 en la docencia. He pasado por casi todas las etapas, desde la Educación Primaria hasta enseñanzas superiores, y me niego a admitir que cada día me siento más frustrada. Me niego a admitir que cada vez nos quemamos antes, y también me niego a admitir que se están cargando nuestra vocación. Pero es así, y, desgraciadamente, hablo en plural, porque me siento muy impotente de sentir que mis colegas de profesión ven el mundo desde el mismo prisma que yo: cada vez más burocracia, menos recursos, más necesidades, menos cuidado al profesorado, grupos más complicados y mucha presión de las familias.
De verdad, ¿no os dais cuenta? Estamos perdiendo la esperanza… la esperanza en una sociedad de la cual somos el verdadero motor, y que cada vez muestra menos motivación por el trabajo, por aprender, por descubrir cosas, por revelarse contra las injusticias o por reclamar la atención que muchas veces no les estamos dando, porque no llegamos.
Lo reconozco: no, no llegamos…y muchas veces no llegamos porque, como leí no hace mucho en una red social: “cuando el profesorado pasa más tiempo corrigiendo conductas que enseñando, el desgaste emocional es inevitable”.
Es agotador ver cómo quieres aportar tu granito de arena y solo recibes cal, es difícil y muy duro pensar que no eres buena en lo tuyo porque sientes que la cosa no va a mejor…¿qué estamos haciendo? No hablo de pública o concertada, no hablo de Infantil o de Primaria, no hablo de vacaciones ni de sueldo… hablo de educación, según Nelson Mandela “el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Nos está saliendo el tiro por la culata…