Te vi, magrebí
Reconozco que hay ocasiones en las que decir la verdad se convierte en un acto revolucionario. El acalorado debate que suscita el binomio inmigración-seguridad suscita una polifonía de interpretaciones; nadie puede negar que una abrumadora mayoría de delitos: robos con violencia, robos, agresiones, etcétera, son perpetrados por jóvenes que comparten como denominador común su origen: el Magreb.
Día tras día, la comisión de tales actos, punibles, acrecienta la sensación de inseguridad que nos atrapa cual tela de araña: políticos, sociólogos, trabajadores voluntarios, representantes de las ONG, etcétera, son conscientes de que la contención resulta rentable y lo que predican ante micrófonos y cámaras no coincide con sus comentarios sotto voce.
Frente a esas opiniones, la gente de a pie, el pueblo llano, sustenta lo contrario: la inmigración desbocada que sufrimos por parte de jóvenes magrebíes sin preparación alguna y con un concepto de sociedad que se encuentra en las antípodas de nuestra cultura supone un serio peligro para la convivencia.
La UE, parece que despierta para enfrentarse a un reto de tamaño descomunal; no es racismo, intolerancia, xenofobia, supremacismo, sino sentido común. No confundamos bondad con buenismo. “La verdad se corrompe o con la mentira, o con el silencio”. Cicerón dixit.