Sacos de humo
"No va a haber ningún rescate de la banca española", dijo hace una semana Rajoy... En la misma comparecencia eludió responder a preguntas concretas diciendo que antes tenía que dar cuenta de sus decisiones al Banco Central Europeo, es decir, al amo, cuentas que, por lo visto, un día dio y otro no, no se sabe.
No, es a los ciudadanos españoles a quienes tiene que dar cuenta de sus decisiones o explicar esa dependencia que deja la soberanía nacional por los suelos. ¿En dónde estamos? Perdidos en un bosque de niebla económica, política, informativa.
Empieza a haber reclamaciones de depósitos bancarios por parte de los impositores que acaban en apaleamiento de estos: solo piden lo que es suyo. Pero esos bancos no tienen el dinero líquido o las imposiciones eran fraudes de ingeniería financiera, y el Gobierno no tiene otra solución que la fuerza de verdad bruta que asoma por un lado y por otro. Ahora se habla de otras formas de protesta, caceroladas, redes sociales... Me temo que esas formas pacíficas a los interesados se la bufan.
Cansa, y de nada sirve señalar, que han mentido de manera reiterada desde que acusaron de responsabilidad al Gobierno de Zapatero, cuando las mayores catástrofes financieras, los mayores pufos, los más clamorosos delitos han sucedido en comunidades o en instituciones gobernadas por el Partido Popular, como Valencia, que se lleva la palma y todos los honores, incluidos los no inventados, o el Madrid de la taurina Aguirre y su Caja Madrid, un caso de nepotismo de película. La prueba de que las cosas no son como las presentan está también en Navarra que, mentira sobre mentira de sus obtusos y atarantados gobernantes, está tan mal como el resto de las comunidades y, sin embargo, ha sido gobernada por un clan afín y vasallo del PP desde tiempo ya casi inmemorial.
El país se les está yendo de las manos y no parece que estén en condiciones de gobernarlo ni de conducir la chatarra financiera a puerto de desguace sin provocar más daños. Tal vez fuese hora de elevar el tono de la acusación, solo que esto no parece entrar en los planes de una oposición débil y atemorizada. Al Gobierno de Rajoy le sostiene la mayoría parlamentaria absoluta y la complicidad de amplios sectores de la magistratura. Es previsible que su gestión no vaya a hacer sino empeorar la precaria situación, porque lo hace día a día. Para comprobarlo basta repasar lo sucedido desde que accedió al Gobierno: una detrás de otra.
Y entre tanto marasmo, al menos una verdad: el juez Dívar sostiene en público que no ha pensado jamás en dimitir. Eso está bien. Una verdad que se suma a otra ya agostada: no iba a dar explicaciones. Y no las ha dado. Ha comparecido, que no es lo mismo, y ha pronunciado afirmaciones exculpatorias más basadas en la auctoritas que en las pruebas. Pero que no tenía intención alguna de dimitir es algo que ya sabíamos, porque en este país no dimite nadie. Para eso no hacía falta la comparecencia orquestada desde la prepotencia institucional. Las cuestiones de fondo han quedado como estaban al principio. Confiando en que no va a haber investigación alguna de su caso, se ha permitido el lujo de unas cuantas mentirijillas de adorno más cómicas que otra cosa. Sus cenas reservadas en Marbella... ni que las hubiese celebrado con el inspector Torrente o con alguno de los suyos o suyas, porque esto es de Torrente en Marbella. Su palabra contra indicios documentales sólidos que en un particular, no afín al PP, hubiesen supuesto una investigación y probablemente un procesamiento. Pero la fiscalía, con ayuda de los jueces políticamente afines a Dívar, se ha negado a investigar. No creo que valgan de mucho sus explicaciones, salvo que las des por buenas obviando el fondo del asunto. No, no valen, y más aún cuando se ha pedido el cese de hostilidades hacia Dívar por parte de otro juez, su segundo de a bordo en ese pecio de desguace que es la magistratura nacional: el juez Rosa. ¿Se acuerdan de él? Pues era nada menos el que al mando del Tribunal Superior de Justicia de Valencia dificultó actuaciones contra el figurín Camps y sus trajes alegando "íntima amistad", algo de verdad insólito que no tuvo consecuencia alguna.
Y por si no estuviera suficientemente revuelto el patio de Monipodio, Urdangarin aparece como un profesional de los pelotazos, de fenomenales pelotazos, rodeado de una corte de golfos y golfas que se preguntan, con un desparpajo disfrazado de inocencia indocumentada que irrita a los jueces, qué hay de malo en tener una cuenta en Suiza, pero saben cómo desviar fondos para cobrar a través de ellas unos dineros de procedencia ilícita. Al duque le bastaba alargar la mano para que le cayeran plenos de 300.000 euros. Asombroso. Un casino glorioso.
Nóos, Gürtel, Bankia, y una vez más Valencia, donde con dineros destinados a una ONG (o a varias) se han comprado pisos en Miami y hasta un velero. Esta no es solo una crisis económica. ¿En qué creemos? En nada. Hablar de confianza da risa. ¿Confianza en qué? Hacemos como que creemos para evitar el total hundimiento de la barraca, aunque no por ello nos hundimos menos. Eso les pasa a los miembros del CGPJ que saben lo que ha hecho y dejado de hacer Dívar, pero piensan que es peor el remedio que la enfermedad y que la institución, el sistema y blablabla... Es todo tan lamentable que cansa hasta señalarlo una semana tras otra e intentar interesarle en esto a usted, lector, que con seguridad está tan harto, cansado y atemorizado ante el futuro como yo mismo.
A día de hoy se ha dado un paso de gigante en la cuestión del hundimiento nacional: de las mentiras descaradas hemos pasado a la confusión extrema, al enredar las cosas de tal forma que los hechos resulten por completo opacos y las noticias que dan cuenta de ellos del todo ininteligibles, del asegurar para el futuro inmediato bienestar, empleo y felicidad a la permanente cortina de humo (en estricta estrategia castrense, porque en guerra estamos aunque creamos estar en paz: una guerra internacional y civil con vencedores y vencidos y con víctimas).
Los comunicadores del Gobierno se están empleando a fondo en las cuestiones de dar información basura, de adoctrinar a comparecientes en el arte de hacer ceros de humo y de crear confusión a raudales. ¿Cómo entender que mientras que se le obliga al gobernador del Banco de España a guardar silencio sea precisamente Rato quien califica de ingentes las medidas gubernamentales de cuadrar con dinero público el colosal agujero de Bankia, tan parecido a un desfalco de hecho sin autores conocidos? ¿Sinsentido o trapisonda nacional? Trapisonda.