El sábado tuvo lugar el Cuarto Encuentro de Clubes de Lectura de las bibliotecas públicas y ahí que me planto con un grupo de entusiastas lectoras y algún lector. Hay que decir que la foto que Google Earth proporcionaría del encuentro de casi cuatrocientas personas es proporcionalmente muy similar a la de cada club: muchas mujeres maduras y muchísimos menos hombre maduros. Dato que aporto por su interés sociológico, porque es conveniente desagregar los datos por sexos, como lo sería por ocupación, ingresos o lugar de residencia, y que cada cual lo guarde en la carpeta oportuna o en su corazón.

El denso y aprovechado programa me reactiva un permanente desasosiego que tiene que ver con la abundancia y la limitación. Me explico. La literatura es un terreno amplio en extensión con zonas que lindan en buena y recíproca relación con la filosofía, la historia, la sociología, la psicología, la política o el puro entretenimiento. El viaje a cada una de ellas puede hacerse desde la ingenuidad, la erudición, la curiosidad, estableciendo itinerarios claros o haciendo paracaidismo. Todo vale. Pero sobre todo, cada paso abre posibilidades de aprendizaje, comprensión, conocimiento y disfrute. ¿Cómo negarse a tanto placer?

Y yo, con mi libretica, apuntando sugerencias, simples nombres, fechas para rastrear, lugares para ir o para mirar de otra manera, libros para consultar, leer o releer. Constatando, una vez más, la enorme variedad que se me ofrece, toda la riqueza del mundo, y la limitación de mi tiempo, también de mi interés más allá de la primera fascinación, y, lo que es peor, de mi capacidad. Me asomo, veo, me pasmo, tomo aire y sé que he de pactar con la realidad, a la que me remiten y de la que me consuelan los libros.