Comienza la cuenta atrás de un mes que impone la felicidad por decreto; aunque cuarto y mitad del país se hunda en ciénaga de la adversidad. Así que, a falta de un plan de rescate de casi once millones de pobres, nada mejor que seguir creyendo en la lotería como vía de escape ante esta bancarrota suicida. Este año, el anuncio oficial de la lotería tira del sadvertising, esa publicidad que trata de hundirte en la melancolía como forma de liberación y consumo. Es el gobierno de las emociones. Porque no hay nada mejor que sentimentalizar un mundo que se escapa por las alcantarillas de la falsedad.
Antonio, un camarero de aspecto bonachón escarba en esa zona opaca cercana al hipotálamo, el territorio donde la melancolía es la reina de la noche. Al son del lacrimógeno Glacier, de James Vincent McMorrow, Manu, el vecino del barrio que olvidó comprar el décimo en el bar de Antonio, se derrite ante el sobre que contiene el décimo premiado y guardado en señal de solidaridad de fiel cliente. El cruce de miradas vidriosas entre Antonio y Manu es un reventón de melancolía que nos hace olvidar de un plumazo cualquier responsabilidad política ante la adversidad. En esa mirada explota un mundo de emociones que sentencia que la vida es eso, solo un golpe de suerte. El anuncio funciona en el imaginario social como la mejor reproducción solidaria entre iguales ante el infortunio. Si quienes rigen nuestros destinos han logrado que interioricemos la autogobernanza frente la crisis, nada mejor que seguir apelando a la sensibilidad individual frente al desgarro social y político que padecemos. Porque quizás la soledad es lo único que queda por perder.