Premio envenenado
hay personas con más de una vida en su biografía. Miguel Javier Urmeneta tuvo varias y de ellas se está escribiendo estos días profusamente. Hay, también, premios que son veneno puro. La medalla de Navarra que, a título póstumo, el Gobierno Foral otorgará mañana a Urmeneta parece destinada a cargarse su memoria. Dando por bueno que tenga que existir tal galardón, no parece una idea precisamente genial premiar hechos de hace medio siglo, cuyos protagonistas llevan décadas fallecidos y sin que nadie lo haya solicitado. ¿No había nadie más a mano ni más próximo? Si se trataba de evitar la polémica de otros años, con los reyes de España, don Juan o Juan Pablo II como galardonados, lo normal hubiera sido un ejercicio que aunara imaginación y consenso. Pero esas son cualidades de las que carece este agonizante gobierno y el partido que lo sustenta. Es cierto, la Navarra de hoy no se puede entender sin la industrialización de los años 60. Aún más, añadiría yo, sin ese hito histórico es casi seguro que esto seguiría siendo un páramo de curas, militares y señoritos de pueblo con el Diario bajo el brazo. Si lo que se nos quería transmitir con esta medalla era que en los años del franquismo hubo algo más que sangre, caspa y mierda, seguro que una mayoría hubiéramos estado dispuestos a creerlo. Si lo que el Ejecutivo de Barcina pretendía decirnos era que gente como Miguel Javier Urmeneta, desde el mismo entramado de la dictadura, contribuyó a iluminar un poco una época de tinieblas, no tenía más que decirlo. Hasta la compañía de Félix Huarte habría resultado más llevadera, con su vaselina de mecenas de Oteiza y Basterretxea, y de financiador de los míticos Encuentros de Pamplona. Pero eso hubiera acarreado la censura oficial de una época ignominiosa. Algo a lo que, al parecer, no estaba dispuesto este gobierno inmensamente torpe e inmensamente sectario.