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Libertades

Unos días tras la matanza de Charlie Hebdo ya se ha manifestado todo el mundo, incluso esos que ahora piden libertad de expresión cuando llevan todo su gobierno dedicados a cercenarla. Así me encuentro incapacitado no ya de decir algo, sino siquiera de poder sacar en claro qué se puede hacer para que no se repitan esas ignominias donde la fuerza se impone y mata, tantas veces disfrazada de mandato divino. Le leía ayer a Miguel Sánchez-Ostiz: “son unos bellacos y nos tienen dominados”. Añado, con perdón: y son legión y además cada vez más convencidos de que tienen la razón y el derecho (su razón, su derecho, es decir, su imposición, su inhumanidad).

Entre medias se nos murió Jorge, que era un amigo de esos a los que solía acudir cuando no entendía qué sucedía en el mundo. No es que tuviera todas las respuestas, pero sabía convertir sus dudas en amor por el conocimiento. Era profesor, claro, maestro de esos que cada día se entregaba para demostrarnos que ser humano es lo más grande que podemos imaginar. Sobre todo cuando no pretendes imponer tu dogma, con el compromiso y el abismo de saber que la libertad es lo que nos hace humanos. El sábado estuvimos con su familia y amigos delante del Atlántico frente a las Cíes, un poco en el final de la Tierra, viendo cómo el Sol seguía su camino al ocaso como si nada. Lloramos porque las pérdidas hay que llorarlas, y recordar a quienes ya no están, porque la muerte es así de hija de puta. Por eso si encima viene un tipo agitando un libro sagrado e invocando a un dios de mierda para quitarte la tuya es como para pensar que algo está mal en este mundo. Y hoy no le tengo a Jorge para que me mire con sorna y sobre todo con cariño y diga que no está bien decir sandeces a mi edad. Te echo de menos, Hermana.