Llevamos unos días hablando del atentado de París, me imagino que como todos ustedes. En el primer momento llegamos a la mesa con la impresión y lo puesto y lo soltamos. Al cabo de un rato, ya no hablamos de lo sucedido sino que nos volvemos a encontrar con nosotros, con lo puesto que les comentaba, así que como la conversación puede derivar en discusión y no tiene demasiada salida cambiamos de tema. Seguimos leyendo y escuchando reflexiones que agradecemos porque nos resitúan y plantean nuevos puntos de vista. Unas nos gustan más que otras, desechamos varias y algunas abren líneas que nos dejan pasar la luz. La luz a veces incomoda porque deja ver el polvo y la basura acumulada en la que nos movemos con soltura. Seguimos comentando el asunto con cierta desubicación.
Lo que viene ahora puede parecer frívolo pero les aseguro que no lo es. En el torrente de información, reacciones y análisis buscamos como si eligiéramos una prenda que nos permita movernos. Unas son estupendas para un día o una foto pero no nos valen, queremos una que se haga a nuestro cuerpo y a cualquier situación, que nos deje intuir el qué hacemos para mejorar esto, que resista lavados y que desechemos con facilidad cuando quede desfasada y estorbe más que otra cosa. Difícil.
Hay un poema de Wis?awa Szymborska que se titula Fotografía del 11 de septiembre y que les recomiendo. Me emociona siempre. Es una respetuosa contemplación del dolor y un recuerdo de la inutilidad de cualquier posición maximalista. Sus últimos versos son universales: Solo dos cosas puedo hacer por ellos: describir ese vuelo y no decir la última palabra. La última palabra, de existir, sería un obstáculo más.