Lo de Palestina sí tiene que ver. Y lo de Irak. Y el apoyo que brindamos a monarquías corruptas, presuntamente amigas, que son las que, casualmente, pagan a esos imanes que predican basura a nuestra población musulmana. Leo estos días que el problema es el yihadismo, no el Islam. Claro que es el Islam. Aunque no nos vayamos arriba. Con los 20 siglos de fe cristiana se pueden llenar bastantes museos de los horrores, sin que haga falta remitirse a la Inquisición o las Cruzadas. El ánimo que llevó a los hermanos Kouachi a asesinar para vengar presuntas ofensas a su religión no difiere en lo sustancial del de aquellos que, en el 36, llenaron de cadáveres nuestras cunetas al grito de “viva Cristo Rey”. La diferencia es que los musulmanes siguen, en general, sin conocer la bendita secularización de una sociedad como la nuestra, para la que resulta básica la radical separación entre fe religiosa y ordenamiento jurídico y político, por mucho que el PP sólo se haya enterado a medias. Si las lapidaciones, ablaciones, encarcelamientos o simple ostracismo de mujeres, indiferentes, homosexuales o minorías religiosas sucediesen sólo en Siria, en Arabia Saudí o en Nigeria, nos importarían un carajo. Da la casualidad de que el problema también lo tenemos aquí, y eso no se soluciona sólo reforzando los controles fronterizos. Urgen planes para evitar la marginalización de nuestra población musulmana. Y urge una nueva política internacional. Por lo demás, a mí también me provoca náuseas ver a Rajoy en una manifestación que ensalza la libertad de expresión. Pero también me da que pensar el hecho de que algunas plumas, impasibles hasta ahora ante hechos del mismo calibre, hayan estrenado estos días su horror, sólo porque Charlie Hebdo fuera un semanario situado a la izquierda, ácido también con el Cristianismo y el Judaísmo, y enemigo declarado del Frente Nacional.