Ha dicho el rey que el verdadero arte siempre es escuela de valores positivos. En estos tiempos confusos hablar del verdadero arte ya introduce la ligera sospecha de que haya arte no verdadero u otras manifestaciones que haciéndose pasar por arte no lo sean. Para la RAE arte es “la manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Si dos y dos son cuatro, por lo que vamos viendo el verdadero arte tiene que ser desinteresado. ¿Pintó Velázquez desinteresadamente Las Meninas? ¿Todas y cada una de sus pinceladas, incluso las de la cruz de Santiago que adorna su pechera? ¿Hubo desinterés en el encargo real? ¿Cabe desinterés en la actividad humana? ¿Y en concreto en la que ha llegado a colgarse en los museos? ¿Qué tipo de desinterés, económico, político, personal, de transcendencia? ¿Nos interesa una expresión que pase por encima de la posición del artista o precisamente es su ubicación ideológica y técnica la que hace sus producciones interesantes ya que hablan de una forma determinada en un tiempo y un espacio concretos? ¿Entenderemos también desde el más puro desprendimiento y largueza la actividad de patronos, mecenas y promotores?

Ante las anatomías torturadas de Bacon, los horizontes sin solución de Kiefer, la voluptuosidad de las flores de Georgia O’Keeffe o cualquier otra propuesta que suspende el juicio porque lo abisma y proporciona una experiencia en un orden diferente a lo moral la expresión valores positivos mengua hasta lo diminuto o lo ridículo.

A primera vista, da la impresión de que tanto los discursos del rey como las definiciones del diccionario se escriben desde el platonismo más celestial.