Calamidades sin cuento
Ayer era el Banco de España. Hace tres días, la banca privada. Hace cuatro, los empresarios. Líderes mundiales y las máximas instancias de la Comunidad Europea también han avisado sobre las calamidades sin cuento que se abatirán sobre Catalunya si se convierte en un país independiente. Los apocalípticos anuncios se acompañan de amenazas poco o nada veladas, por si, aún y todo, los catalanes se atrevieran a votar en la dirección equivocada. Los más aguerridos quieren ver ya a los tanques en el Exaimple, a Mas, Junqueras y compañía a buen recaudo en Puerto de Santa María, la Generalitat suprimida, los medios de comunicación públicos catalanes cerrados y proscrita la inmersión lingüística, culpable de todos los males. En el reparto de papeles, Wyoming y Pablo Iglesias se encargan de hacer de policía bueno. Cuando el referéndum escocés, el Gobierno británico y los partidos unionistas se embarcaron en una a la postre exitosa campaña de persuasión para convencer a los escoceses de cuán estimados eran por el resto de los habitantes del Reino Unido. Aquí no hemos visto nada parecido. Sólo recurso al miedo e intimidación. Por lo visto, se les considera ya irrecuperable. “Catalanes de mierda, aunque no queráis, vais a seguir siendo españoles por cojones” es el mensaje que, muy mayormente, transmite Madrid a los ciudadanos del antiguo Principado. Ante ese pobre argumentario, extraña poco el éxito que las encuestas otorgan al independentismo en las elecciones del próximo domingo. No es un plebiscito, dicen, pero los poderes del Estado están echando toda la carne en el asador para que la suma de votos de Junts pel Sí y la CUP no llegue al 50% del total. Con todo el escepticismo que, visto desde aquí, puede merecer este proceso, será digno de verse si al españolismo le salen mal las cosas.