La foto es buena: exuda significado y se graba en la memoria. Me refiero a la foto del presidente del Gobierno y su esposa flanqueando a Javier Maroto y a su novio en la gran boda gay del PP. Lo peor no es la sonrisa de circunstancias de Rajoy: esa especie de cosa que lleva ahí pegada de mala manera en la cara, esa mueca tensa del que está pensando qué pensarán. Ni los concienzudos e interesados cálculos electorales cuyo tintineo de fondo casi puede oírse si miras con atención. Ni siquiera la elección de los chalecos y las corbatas, asunto más bien moral en el que no quiero entrar. Lo peor es la pamema, la mojigatería, el fingimiento que subyace bajo la ropa cara. Lo peor de la boda de postín es que todos los invitados adoptan una actitud falsamente relajada, como poniendo mucho interés en que parezca que no pasa nada y que todo ha salido fenomenal. Lo peor, a mi entender, es la insolencia con que Maroto dice que agradece la lucha de los múltiples activistas de los demás partidos que a lo largo del tiempo han venido reivindicado (contra el PP, claro) el derecho al matrimonio homosexual. Ahí hay, en todo caso, un oportunismo y una desvergüenza bastante chirriante. Como cuando determinados miembros del PP dicen que se alegran de que por fin la corrupción política salga a la luz después de haber estado manteniendo durante años un pertinaz silencio connivente. En fin. Lo bueno, quizá, es la implosión neuronal que esta boda ha provocado en el cerebro profundo del PP y que, de algún modo, recuerda el momento en que echaron para atrás la ley del aborto del exquisito Gallardón. Lo bueno es el agravio a toda esa cúpula perteneciente o próxima a organizaciones religiosas de sesgo ultraconservador que se ha escenificado ahí y que ya no tiene arreglo. Y lo mejor es que a partir de ahora la imagen ya forma parte del imaginario colectivo. Como la de Tierno Galván con Susana Estrada. Lo dice Koudelka: la foto buena es la que no puedes olvidar.
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