Fiesta nacional
No puedo decir, como Brassens y Paco Ibáñez, que el día de la fiesta nacional me quede en la cama igual. Sufro hiperactividad mañanera, y eso sirve tanto para el 12 de octubre como para el primer domingo de Pascua. Sí puedo decir que, tanto para una como para otra fecha, la música militar nunca me ha sabido levantar. Ayer me sacaron del lecho unas pacíficas dianas. Desde entonces sé que me gusta el olor del txistu por las mañanas. El día 12 no es sólo el día de la Hispanidad y de la Guardia Civil. La Virgen del Pilar, emblema de la tropa que doblegó América, también es la festera patrona de más de un pueblo de nuestra comunidad, y no precisamente de los menos euskaldunes. No sé cuánta gente siguió ayer el desfile militar de Madrid y la posterior recepción real. Donde yo me encontraba, los jóvenes dormían sus resacas y los mayores iban a misa de once. Otros preparaban las cosas para el concurso de ajoarriero. Mientras, algún periódico que va dando lecciones de no nacionalismo ofrecía en directo los actos de Madrid desde su edición digital. La celebración, de por sí rancia, ayer lo fue más, cada vez más desfile del orgullo hispano por mediación de Rajoy y el PP. El 12 de octubre lleva ya muchas ediciones convertida en día de examen de la asignatura de entusiasmo patrio. Se pasa rigurosa lista, y el que no está recibe los tradicionales exabruptos de los medios madrileños. A las habituales críticas por las borotas de Mas y Urkullu, se han unido este año las dirigidas a Pablo Iglesias, líder de Podemos, y a la lehendakari navarra, ausentes también de los actos. Se había dicho que Uxue Barkos había aducido problemas de agenda para no ir. Me tranquiliza saber que ha sido por que no le ha salido de por ahí. Si tocan dianas, que sean biribilketas.