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La otra sangre

París acumuló tanta sangre el viernes que disolvió otras sangres en agua oxigenada. Pero aquí la semana pasada murieron cuatro mujeres a manos de sus verdugos. Una semana negra. Como si quisiéramos emular a Ciudad Juárez o Sinaloa. Desde hace tiempo servidor tiene la sensación de que esta sangre no solo es banal, sino también venal. Porque pareciera no importar más allá de la primera emoción del impacto. Como si un nuevo pacto invisible de silencio, pese al ruido de tanta ley, quisiera enjuagar esas sangres.

La violencia contra las mujeres se ancla en la noche de los tiempos. Y se ancla porque nuestro patriarcalismo bastardo se apropia de sus vidas desde hace siglos. Y sigue haciéndolo mediante la subordinación y la desigualdad entre hombres y mujeres. Mediante una socialización diferenciada, la que coloca a las mujeres por debajo de hombres. En todo. O en casi todo. Me dirán que es algo sabido. Por eso es grave. Porque se cree irresoluble. Verán, un 68% de las mujeres que sufren maltrato no denuncian a sus torturadores. Y no lo hacen por no romper con el pacto patriarcal de dominación. Por miedo, vergüenza, por ser pobres, por miedo a perder los hijos, por autoinculpación, por dependencia emocional o porque su relato quede en entredicho. A todo esto contribuye el actual orden jurídico. Porque ignora la sexuación de los sujetos. Porque bajo el manto de la neutralidad, universalidad y racionalidad jurídicas, se ignoran las diferenciaciones de género que marcan los comportamientos de unos y otras. No tengo una receta mágica para acabar con tanta sangre, pero la despatriarcalización del sistema jurídico imperante ayudaría. Eso y algo más. Mañana comienzan en el Parlamento de Navarra las Primeras Jornadas sobre Violencia contra las Mujeres. Llevan por título: “Jaque al patriarcado”. Yo añado, jaque mate.