El votante infiel
No corren buenos tiempos para la fidelidad. Tampoco en la política. No se puede dar nada por seguro. Al elector, como al amante, va a haber que seducirlo en cada cita. También en cada cita con las urnas. A estas horas lo sabe ya el PP, que acaba de ver cómo se le iban uno de cada tres votos conseguidos en los últimos comicios. Lo sabe ya el PSOE, con el peor resultado desde la vuelta al sufragio universal, allá por 1977. Y lo saben ya Bildu y Geroa Bai, desde anteayer huérfanos de representación por este territorio. Es verdad, miles de personas que en mayo votaron cambio para Navarra han votado ahora por un cambio para España. Pero lo han hecho lejos de las siglas autóctonas. Es lógico quejarse por la omnipresencia televisiva de los líderes estatales o la seducción de la novedad. Pero a lo mejor también han mediado otras cosas. Quizás eso del derecho a decidir ha acabado pareciendo a muchos algo estratosférico comparado con su paro, su salario de mierda, sus problemas de vivienda o su pérdida de prestaciones. Tal vez conceptos como autogobierno, convenio o foralidad les han sonado a prehistóricos, por mucho que tengan también que ver con sus niveles actuales o futuros de bienestar. Las anteriores semanas era palpable la falta de movilización del electorado abertzale o vasquista, mientras todo lo contrario ocurría en el otro extremo del arco, plenamente motivado por la táctica de Esparza, Chivite y compañía de disparar a todo lo que se mueve. Sobre todo, ante lo errático, torpe, descoordinado y timorato de la respuesta dada a ese fuego cruzado. Vale, no hay que ponerse trágicos. Más se perdió en Noáin. Hay tres años y medio por delante, tiempo más que suficiente para recuperar al votante infiel. Pero para eso, el gobierno de Barkos y quienes le apoyan deberían empezar a replantearse algunas cosas.