En 1981 se describió un ser unicelular que habitaba en el tracto urinario y genital, el Mycoplasma genitalium. Es el organismo vivo conocido más pequeño y simple, con unos cuantos cientos de genes que le permiten vivir, alimentarse y reproducirse. En los últimos años ha sido objeto de mucho estudio por parte de una naciente biología sintética en la que se intenta obtener la célula más sencilla posible, el ser vivo mínimo que aún sea funcional. Algo que en la cabeza de científicos como Craig Venter, sería una especie de pieza básica sobre la que crear otros seres vivos sintéticos específicamente preparados para realizar diversas tareas. Esta semana se publica una versión 3.0 cada vez más pequeña y elemental, aunque aún ese ser mínimo esté aún lejos. Tengo pocas dudas de que esto será posible en unos años, de la misma manera que ha sido posible también elaborar una receta de ser vivo a partir de elementos inanimados, a falta de poder empezar desde cero aún.

La vida ya no es lo que se pensó, aquella mística del ánima o flujo vital, algo que se insuflaba de manera mística por ciertos dioses. Lejos de perder su valor, la vida así descrita, en teoría y en la práctica, nos permitirá entender ese valor de forma más acertada que haciendo descansar todo el universo en los caprichos de un tipo con barbas y bastante maldad. Mi lectura pía de esta Semana Santa ha sido escrita por nuevos profetas que, lejos de ocultar su imaginación en la palabra de los dioses, han asumido el compromiso de llevar al laboratorio sus sueños y ver que en el fondo, lo más maravilloso de la vida es que es parte de la misma materia que compone todo lo demás. Y que en vez de retórica y concepto oscuros creados ad hoc, los genes y sus expresiones son mucho más revolucionarios que los versículos o suras de los fundamentalistas. Y nunca harán tanto daño como ellos.