La regularidad de los movimientos planetarios, que permitió los primeros calendarios, y también facilitó el engaño astrológico, produce a veces fenómenos curiosos. Algunos meses de mayo y octubre, el veloz Mercurio acierta a pasar por delante del Sol, según lo vemos desde la Tierra. No lo hace siempre, se espera unas veces 7, otras 13 y otras 33 años para hacerlo en noviembre (la última vez que transitó Mercurio por el disco solar lo hizo el 8 de noviembre de 2006). Menos frecuentemente sucede lo propio en mayo. ¿Por qué? Hasta que Kepler elucubró con los datos de las observaciones de Brahe cómo se describían las órbitas de los planetas en torno al Sol (esa peligrosa idea que hace cuatro siglos declaró herética la Iglesia) nadie pensó posible que los planetas interiores a la Tierra pudieran ocultar en parte al Sol, como lo hacía la Luna un par de veces al año. De hecho, hasta 1631 nadie parece haberse fijado en que el pequeño planeta, que ocupa poco más que 10 segundos de arco de cielo, puede hacer esos tránsitos. Pierre Gassendi, sacerdote, filósofo y astrónomo fue el primero en medir uno, predicho precisamente por Kepler. Hoy 9 de mayo tenemos otro.
Estos raros alineamientos, que los astrólogos simplemente desconocieron (aunque de haberlo sabido habrían considerado espectaculares avisos de acontecimientos terrestres, porque sabido es que nunca se debe desaprovechar una excusa para engañar y robar a la gente) sirvieron, a sugerencia de Halley (el gran astrónomo que también describió las órbitas de los cometas), para medir el tamaño del sistema solar, de este trocito del Universo donde habitamos. Así que comprenderán que en días como hoy, los astrónomos de todo el mundo estemos felices contemplando este baile planetario y hablando de ciencia. Y viéndolo desde el Planetario con los telescopios de Astronavarra. Están invitados.