Volvemos a las andadas, esto es, a las columnas los lunes. Hoy quiero hablar de algo cercano al mundo de la ciencia, que es mi intención cada vez que me siento al teclado para desgranar los mil ochocientos caracteres que leen ustedes. Y siempre es difícil centrarse, porque hay muchos otros temas de la actualidad cercana sobre los que me surgen comentarios que podrían merecer un hueco. La necesaria desaparición, por ejemplo, de un monumento dedicado a la Cruzada cuya mera existencia en el centro de Pamplona es una muestra de que una sociedad democrática no puede seguir permitiendo la iniquidad heredada de la dictadura franquista. O el asunto del exministro Soria y cómo las promesas de regeneración de la honestidad pública que prometen desde el PP se dinamitan con una simple pero contundente puerta giratoria al Banco Mundial.

Aparte de las interpretaciones políticas, el asunto de la corrupción requiere de análisis desde otras disciplinas del conocimiento: desde luego la ética, la sociología y la antropología nos dan dimensiones de un asunto que la investigación académica evitó tratar hasta hace poco más de un cuarto de siglo. El propio Banco Mundial no incorporó la necesidad de transparencia en la rendición de cuentas (accountability) hasta 1998, anteayer como quien dice. Luego contrataron a Rodrigo Rato, con lo que parece que tampoco era más que una forma de hablar. Pero hay más: un estudio de la Universidad Nacional de Australia publicado el año pasado mostró que la resistencia a los antibióticos es mayor en lugares donde hay más corrupción política, independientemente de los indicadores de calidad en la salud de esos países. ¿Por qué? Quizá una gobernanza deficiente e interesada se expresa también en el uso excesivo de antibióticos. Allí donde no se cuida el correcto uso de la sanidad pública.