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¡Qué calor!

El calor está bien, pero mucho calor da miedo. Pasa como con la gente: en principio, la gente no está mal (de acuerdo). Pero la multitud angustia. Puede llegar a aterrar. Y ya la mezcla de ambas cosas, calor y gente, es España en verano. La saturación. El año pasado se batió el récord de turistas extranjeros: 68 millones. En 2016, la cifra se va a superar en más de un 6%. Como decía don DeLillo (¿o era el diablo?): “Un infierno solo es un paraíso lleno de gente”. Sobre todo si son turistas. Aunque todos somos ya turistas, supongo. Es gracioso, dices: “Esto está lleno de jodidos turistas” y tú eres uno. Te quejas de lo larga que es la cola y tú formas parte de ella. Es de locos, pero es un esquema que se repite con bastante frecuencia (también en política). En uno de los alucinados relatos de J.G. Ballard titulado El parque temático más grande del mundo, se describe una distopía consistente en que la mayoría de la población europea decide quedarse a vivir plácidamente en las costas del Mediterráneo español, en una especie de estúpida orgía de las vacaciones perpetuas. Nadie quiere volverse a su país. Ballard no especifica si gobierna el PP o el PSOE. Pero eso da igual, porque ya sabemos quién manda en el infierno, ¿no? De todas formas, estoy seguro de que a estas alturas ya hay más de un listo pensando que esa podría ser una solución para el desempleo en este país: que acabemos todos convertidos en hosteleros, haciendo paellas, sirviendo sangría y organizando aburridas actividades de ocio cultural para los jubilados alemanes e ingleses. En fin, ¡qué calor! Oigo hablar en el telediario del síndrome postvacacional y del estrés de volver al trabajo (los que lo tengan), pero a mí me da la impresión de que la mayoría está deseando volver a la tibia rutina para respirar. Y los niños a clase, claro: eso es lo principal.