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EEUUf!

Cuando lo imprevisible se hace realidad, surgen las mentes lúcidas para explicarlo todo a posteriori. Y admitámoslo, suelen hacerlo bastante bien: consiguen que veas con absoluta claridad lo que apenas dos días antes resultaba complejo e improbable incluso para ellos. Por otro lado, quizá suene irónico pero es bueno que sea así. La prensa, el periodicosmos en pleno, hierve a diario tratando de poner orden y añadir una cierta sensación de racionalidad allí donde todo parece azaroso y funesto. Eso es construir la realidad, porque la realidad es siempre un constructo: un diseño artificial. Recuerdo un viejo chiste de El Perich (el genial humorista catalán, muerto hace ya más de veinte años), que decía: “La mejor prueba de que en los Estados Unidos cualquiera puede llegar a ser presidente, la tenemos en su presidente”. No sé si se refería a Carter o a Reagan, pero da igual. El otro día leí que hasta Nostradamus profetizó el advenimiento de Donald Trump. ¡Qué paciencia! Es inevitable hablar de Trump, lo siento. El impacto emocional ha sido realmente fuerte. Ahora unos dicen que su capacidad de acción será relativa y que el aparato del partido evitará que haga demasiadas tonterías. Otros, por el contrario, añaden emoción asegurando que es un verdadero peligro y que va a querer hacer gestos. La curiosidad nos mantiene vivos. En cierta ocasión, allá por la década de los setenta, el escritor Henry Miller dijo que su única duda consistía en saber si los EEUU acabarán con el mundo o si será el mundo el que consiga acabar con los EEUU. Veremos. El caso es que, por una cosa o por otra, nunca dejamos de mirar hacia allí. Con admiración, con perplejidad, con repugnancia o con una mezcla loca de todo eso y alguna salsa picante por encima. Tan pronto pienso (con alivio) que nunca llegaremos a ser como ellos, como compruebo (con angustia) que cada vez nos parecemos más.