Síguenos en redes sociales:

Nunca

No me gustan las armas, ni las de destrucción masiva ni las de perdigones. Porque siempre significan peligro. Por eso no entiendo a quienes regalan escopetas o carabinas a sus hijos. En mis luminosos veranos infantiles de pueblo casi todos los chicos tenían una y se iban a cazar con sus padres o a acribillar detrás de la iglesia a latas y botellas vacías. Yo también probé puntería, ¡y es divertido, ¡qué narices! Pero el riesgo no desaparece.

Un chaval de Viana de 16 años ha sabido que lo que hizo una noche de fiestas es “homicidio por imprudencia menos grave”. Mató sin pretenderlo a su amigo Asier, de 15. Duele sólo pensarlo... Tragedia grande en pueblo pequeño. Y sí, claro, fue una imprudencia. Los chicos estaban en la bajera disparando con sus carabinas de aire comprimido contra una silueta humana. Asier decidió salir a dar una vuelta y dijo que volvería. Volvió. Y al abrir la puerta un perdigonazo le alcanzó de lleno en el corazón. La tabla con la silueta humana, intacta, seguía apoyada junto a la puerta.

Podemos preguntarnos cómo se les ocurrió colocarla justo ahí. Cómo se les pudo olvidar cerrar con llave. Podemos desmenuzarlo todo para descifrar las causas de estos accidentes y tratar de prevenirlos, pero ninguna respuesta va a ayudar a la familia de Asier, ni a la del chico que apretó el gatillo, ni a él mismo. Un abrazo a todos ellos, porque los sufrimientos no deberían compararse y estoy segura de que nadie se está librando de pasarlo mal. Pero sigo pensando lo mismo. ¿Quién está a salvo de cometer errores? Por eso prefiero que no haya armas cerca de las personas que me importan. Y por eso nunca regalaría ni permitiría que regalasen un arma a mi hijo. Nunca.