Sobre el asunto tengo poca duda: no sólo vivimos en el país con mayor número de insurrectos por chuletón a la pimienta, sino también donde más distancia existe entre la utopía ansiada para el prójimo y la realidad aplicada a uno mismo. Nos quejamos de que aquí se cierran periódicos y disculpamos que en otras partes se deban conformar con uno. Protestamos porque se ilegalicen partidos y blanqueamos la omnipresencia del Partido en otros parajes. Exigimos democracia para lo nuestro y la retorcemos para afirmar que allí también gozan de ella, pero a su caribeña manera. Criticamos este Estado policial y defendemos a otro donde cualquier vecino puede ser un informante.
Nos encanta ser disidentes, fight the power y tal, pero ay de quien se enfrente al poder admirado a distancia. Entonces el levantisco es un gusano, un egoísta, un ignorante, un canalla a sueldo del enemigo -esto también lo decía Franco- y un tipo con ganas de protagonismo. Como nadie se acuerda de Mariel, tal vez convenga atravesar de nuevo el mar de insultos que, junto a empujones, pedradas y escupitajos, recibieron aquellos cubanos cuyo único delito fue querer huir del paraíso: antisociales, vagos, ladrones, homosexuales, lumpen, contrarrevolucionarios. Sin duda merecían una asquerosa despedida. Los balseros también fueron muy desagradecidos.
Se pueden poner al lado las luces del castrismo, y hasta dar todas por ciertas. Y cabe discutir, claro, si la libertad es un derecho fundamental, aunque según parece en cuerpo ajeno lo es siempre menos. Pero nunca entenderé semejante fervor por un militar cuya sombra ha hecho sufrir a tanta gente. A tantísima gente.