Conciliar los conceptos de casa y cuartel en un mismo edificio se antoja complicado para las relaciones de vecindad. Es el hábitat residencial de la Guardia Civil, instituto armado de naturaleza y régimen militar, jerarquizado. A pocos días de la agresión de Altsasu/Alsasua, una mujer compareció a petición propia, a pocos metros de la puerta del acuartelamiento, en el programa matinal de una cadena privada de televisión de cobertura nacional. Nacida en la Barranca, se presentó con su identidad y como portavoz de las mujeres de los guardias civiles destinados en Alsasua. Un mensaje y una petición concretos, aunque desde plató trataron en enredarla en la madeja del conflicto. Mensaje: desde hace cuatro años (cese definitivo de la actividad de ETA), las mujeres y los guardias, “en el día a día”, sienten que se les quiere (sensación refrendada por llamadas telefónicas y testimonios personales tras el incidente). Tienen amistades, salen a tomar café y los niños están integrados en el colegio, con correspondencia de asistencia en celebraciones de cumpleaños. Petición: que los guardias destinados en Altsasu puedan trabajar con pasamontañas como sus compañeros de unidades especiales. Chirría un tanto la relación entre mensaje y petición, pero era su encargo. Reconoció, eso sí, la persistencia de una combativa minoría hostil. Días más tarde, dos mujeres rotuladas en la misma pantalla como “ex” de guardias civiles del mismo acuartelamiento, de espaldas, anónimas y con voz distorsionada, dibujaron la realidad opuesta. La primera versión se ajusta más a la apreciación del Coronel Jefe de la Comandancia de Pamplona, para quien la situación en Alsasua resulta “no especialmente incómoda”. Las sensaciones son personales, subjetivas e intransferibles. Se puede cantar a varias voces, pero el coro de voces blancas vinculado a la Benemérita debiera sonar más afinado. Sin solistas interpuestas. Con las titulares. Aunque quizá no las dejen piar.
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