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La nube

Me he levantado pensando esto ya no hay quien lo pare. Ayer también. Si contamos que llevo así desde el jueves o el viernes pasado, está claro que ya se ha convertido en un pensamiento obsesivo. Instalado cómodamente. Esta vez tengo la suerte de que la martilleante idea intrusa no es una fabulación pesimista ni una aberración del discurso, coincide punto por punto con la realidad, así que el problema debo de ser yo. Identificado, la solución se facilita una barbaridad o por lo menos se acota.

Quienes tenemos pensamientos obsesivos los vemos venir de lejos. Ya es una costumbre, una visita incómoda. Son como nubes, las percibes apenas inician su entrada en el campo visual por la izquierda, no será, te dices, pero vaya si es, un rabo o un cuerno de nube y detrás lo demás. Conforme avanza, el cielo deja de ser azul y hay un momento en que todo es nube. Tranquila, me digo, eso significa que sigue su trayecto, aunque a veces las nubes son como esa gente que no sabe despedirse. Ante ellos y ante la nube, lo mejor es mantenerse impávida, nada de insinuar eso de bueno, pues ya seguiremos? Error. Cara de jefe indio, mirada al frente y repaso mental de los afluentes del Ebro.

Así que mientras funciono como si no pasara nada, pero sé que pasa y que este funcionar es como un ensayo, un funcionar de poca entidad, miro la nube y le digo solo eres una nube. Una nube que se irá. Las sucesivas formas que te ha atribuido mi imaginación recalentada: coníferas, bombos llenos de bolas, carboneros gordos, pastores con chilaba, matasuegras, cérvidos diversos y rumiantes exóticos desfilarán y se perderán en el tiempo como caramelos en la cabalgata.