me preocupa Cataluña. Y me preocupan los daños colaterales que ya está produciendo el procés. ¿Se acuerdan del juicio de la Gürtell? Pues debe estar ya por la vista número diez o doce, aunque ya hace semanas que nadie se acuerda de él. En ese mismo periodo han surgido casos nuevos de corrupción y se han reabierto otros sumarios que implican al PP. Mucho hemos tenido que rebuscar en los medios para encontrar algo al respecto. Una vez más, la buena estrella persigue a Rajoy. La forma en que está utilizando la crisis catalana para tapar sus propias vergüenzas y llevar al huerto al primer partido de la oposición pasará a los manuales del tactismo político. Todo un clásico, la bandera como último refugio de los canallas. El presidente de UPN, Javier Esparza, sabe mucho de eso. En junio era la de Navarra el motivo de sus desvelos. Ahora se nos viste con la rojigualda para no desentonar de la moda que hace furor en el Estado. Quizás sólo pretende que la pose patriótica haga olvidar a los suyos la infame gestión de su partido, y la suya propia, en el tema del agua de la Ribera. En algunas de sus últimas declaraciones, si cambiásemos España por Euskal Herria, nos parecería estar oyendo a un habitual de la Herriko Taberna de Hernani. A su lado, la nacionalista Barkos parece una aséptica apátrida, sin tierra ni linaje. Mientras buena parte del Estado arde por los cuatro costados, la perspectiva de una Cataluña independiente está sacando de sus madrigueras a lo peor del bestiario hispánico. Sabíamos de sobra que no estaba muerto, que estaba de parranda. Pero no se trata solo de una salida colectiva del armario. La conversión de gente al menos aparentemente normal en paladines de la España eterna e imperial constituye una de las peores noticias de este 2017.
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