“A Borges, dentro de cincuenta años se le leerá como un escritor, no como a un ideólogo. ¿Quién tiene en cuenta hoy que Virgilio fue un lameculos de Octavio Augusto o que Defoe fue un miserable confidente?” (Vázquez Montalbán, en Quinteto de Buenos Aires). Evidentemente, Arturo Campión -medalla de oro Navarra 2017 a título póstumo, junto a Hermilio de Olóriz y Julio Altadill- no es Borges ni Defoe. Sin embargo, es probablemente el mejor literato navarro de finales del XIX y primeros del XX; el único de esa época que sigue siendo leído, versionado y adaptado en este siglo XXI nuestro. A Campión se le recuerda por sus narraciones, sus trabajos históricos, su rebelión contra la desaparición del euskera y su papel en la construcción del imaginario foral. La Navarra de hoy en día es en buena parte heredera del pensamiento y el trabajo de Campión. También en lo que respecta a sus símbolos. Es cierto, fue integrista, antisocialista y sus ideas sobre la emigración rozarían hoy el racismo. Pero reducir Campión a eso, como hace Izquierda-Ezkerra en su afán de hacerse notar, es tan estúpido como sería rechazar la obra de Marx por tratarse de un mal padre y un notorio acosador sexual. Roza, además, la mala fe aferrarse a una supuesta adhesión de Campión al “Alzamiento Nacional” de la que hay muchas razones para dudar. El PSN también se ha apuntado a este tanto; no estuvo tan tiquismiquis en 2002, cuando se concedió la medalla de oro de la Comunidad al Diario de Navarra, vocero del Alzamiento y pilar -ése sí- de la sarracina del 36. Sorprende menos el mal humor con el que UPN ha acogido un galardón que le deja con el culo al aire en su pretensión de patrimonializar la bandera de Navarra. No ha dudado en desdecirse a sí mismo y dejar en mal lugar al expresidente Sanz. Lo de Javier Esparza no tiene remedio. Parece decidido a no dejar un charco sin pisar.