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De reyes y reinas

El callejero pamplonés no estaba mal surtido de nombres de reyes en las más importantes arterias de la capital. No así de reinas, con la excepción de Blanca de Navarra. Desde ayer, la acompaña Catalina de Foix, elegida por Joseba Asirón como recambio para la avenida del Ejército. Los del revival neofranquista lo han recibido como una ofensa. Para esa derecha cada vez más montaraz, privar a las fuerzas armadas de su lugar en el plano equivale casi a echarlas de la ciudad. Cualquier nombre elegido en vez suya sería reflejo de las “obsesiones batasunas” que Enrique Maya (UPN) achacaba ayer al alcalde de Bildu, obviando que para una buena parte de la población de Pamplona los ejércitos son, como mínimo, instituciones sospechosas y poca merecedoras de homenajes carteleros. Entiendo más a quienes consideran que ya valía de testas coronadas en nuestras calles y plazas. Nuestro pasado es el que es. Estamos lejos de haber estrenado la nómina de nuestros presidentes de la república. Menos aún de nuestras presidentas. Quizás se podía haber hilado más fino, pero puestos a buscar un nombre de mujer de relevancia en nuestra historia, no parece ninguna burrada que sea Catalina de Foix, aunque sólo sea como desagravio al hecho de que su marido Juan de Labrit -al fin y al cabo rey consorte- tenga calle en Pamplona desde hace casi un siglo y ella no. Una buena ocasión, además, de revisar la historia desde el punto de vista del género. Catalina, aunque reina, apenas pudo ejercer como tal, y eso que, según los historiadores, la que valía era ella. El tal Juan debía de ser tan inepto para la política como hábil como semental. Dejó media docena de bastardos además de los trece retoños que le hizo su mujer. Otro gallo nos habría cantado si las decisiones las hubiera tomado ella y no el botarate de su marido. Dígame, señor Maya, si no se merece una avenida.