Hoy es día de magos, de presentes, de dones, de regalos y de dineros, claro, porque nada es gratis, salvo recibirlos. Alguien paga, eso está claro. No hay farra que no tenga su pagano, ya sea un particular o las arcas públicas.
Así por ejemplo la vidorra que se atiza el rey emérito, que va de sarao en sarao como si de un juego de la oca se tratara, pero sin pozo, sin cárcel, sin muerte súbita... Todas las casillas son lotería premiada y rebosante cuerno de la abundancia. Y todo por lo legal, sin un resquicio sobre el que sostener el abuso o la falta de decoro, porque una cosa es lo que queda blindado por la legalidad vigente y otra el rumor de Fronda de las redes sociales y la poca prensa no afín al régimen, así que no queda más remedio que asistir de espectadores a su cabalgata de precio hasta que dure.
Por su parte, el último salvador de la patria, el jinete Abascal, parece que no le hace ascos ningunos a los dineros de procedencia pública, en la mejor tradición de la política española de enriquecerse a la sombra de la actividad política. Alguien tan acostumbrado a vivir de las arcas públicas desde su ardorosa juventud y solo de ellas, no parece que pueda o sepa dar razón de unos dineros cobrados de ese zacuto, propio del cuento de Ali-Babá, en la época en que fue valido de Esperanza Aguirre, una auténtica funambulista de la cuerda floja, que hubiese sido sin duda envidiada por La Remigia, de la Compañía Acróbata Vasco-Navarra. Solo que La Remigia acabó cayéndose de la maroma y rompiéndose la crisma, y la Aguirre, aunque por fin cayera, tiene colchones suficientes para ella y sus descendientes.
No estaría mal que, para variar, aparecieran salvadores de la patria a los que tarde o temprano no les levantaran líos con los dineros. Una vez más son los seguidores del jinete feroz los que con su aplauso o su silencio limpian la ejecutoria financiera de ese Cid que va a protegernos de los inmigrantes, los corruptos, los homosexuales, los ateos y las mujeres, algo de una grosería que retrata con eficacia un país y una época, y mete miedo por mucha encuesta que todavía asista por la mínima raspada a un imaginario bloque de izquierdas nunca formado. Estaría bien conocer de manera cumplida si es la política y su arrebuche legendario la que ha hecho rico al jinete Abascal o no, para saber a qué atenernos y para confirmar la sospecha de que alrededor de ese partido de extrema derecha y de su líder, hay más sombras temibles que luces. No hay avance social de las últimas décadas en el terreno que sea que no peligre en sus manos, convertido con el aplauso de sus secuaces en rémora material e ideológica.
Ignoro qué miedos, qué odios y qué prejuicios atizados con eficacia son los que van a situar en el Congreso a representantes de esa barbarie de nuevo rostro, todo lo disfrazada de orden a carta cabal que se quiera; temible orden ese. El lejano modelo de Bolsonaro se impone, no sé cómo, pero poco a poco, o por sorpresa, la corriente autoritaria, populista y reaccionaria es contagiosa y se extiende de una manera que parece imparable. No eran cuatro gatos, no lo son, y ahora su voto resulta valioso en los parlamentos para otras formaciones, en alza o en declive, porque, encima, representa a un número nada desdeñable de ciudadanos. Han dejado de ser risibles y patéticos por muy grotescas que sean sus puestas en escena. ¿Dónde estaban antes? ¿Por qué se fueron? ¿Cuáles son sus frustraciones? Conviene preguntarse qué país y qué paisanaje van a tener rostro parlamentario antes de que nuestra burbuja ideológica se haga cepo: las cosas no son como nos gustaría que fueran ni como las vemos dentro de los límites de nuestro horizonte. Hay otros mundos y están en este, lo dejara dicho el poeta o no.