Investigar a fondo
parece que se ha levantado la veda contra la mafia policial española y su entramado político, económico e institucional, y hay rasgado general de vestiduras, bramidos de escándalo, petición de investigación hasta las últimas consecuencias... la democracia está en peligro, el ciudadano ha perdido la confianza en las instituciones y no sé qué más. Ruido, cohetería de hoy y caña chamuscada de mañana, me temo. Mañana la noticia venderá poco o nada.
Lo cierto es que no recuerdo editoriales, columnas de donfiguras ni repiques sobre este asunto en tiempos en que el Fernández estaba de ministro del Interior y, un día sí y otro también, hacía de las suyas con sus cuadrilleros: cargos públicos, burócratas y policías. Entonces no estaba de moda denunciar, aunque se supiera de la existencia y andanzas de una policía política, hoy patriótica, y las infamias ni se investigaban ni se perseguía a los protagonistas de estas: era más fácil que fuera perseguido aquel que lo denunciaba, por etarra, bolivariano, populista, totalitario y demás. Ha habido que dar mucho la tabarra para que Villarejo fuera a prisión.
«Policía patriótica...», qué manera más desvergonzada de intentar engañar al público echando mano de su patriotismo, ese que mueve banderas, votos y berridos, en el intento de sugerirle que lo que se hizo no fue para forrarse, sino por el bien de España. Es de un grosero que no llama la atención porque esa filfa sostiene ahora mismo el entramado ideológico de buena parte del país.
Algo resulta innegable: en las últimas décadas, en las instituciones han campado varias bandas de malhechores y el conjunto ha dejado flotando en el aire la sospecha de que es más lo que no sabemos que lo que se ha, por fin, destapado. Como si negar o darlo por cerrado formara parte del traje de político en ejercicio.
A lo anterior hay que añadir que no tenemos confianza alguna en que el Fernández, cabeza visible del ministerio de la Policía, conocido por sus maneras reaccionarias y autoritarias, acabe delante de un tribunal que le juzgue con independencia de su adscripción política.
Lo más inquietante es que sin una sola prueba que avale lo que se dice, la versión del cobro por parte de Podemos de dineros venezolanos, convertida en acusación, sigue circulando por redes y medios de comunicación, en boca de políticos, periodistas y escritores, a pesar de que los interesados hubiesen demostrado ampliamente que las pruebas estaban falsificadas. Ahora se acusa sin pruebas y sin sentir la obligación de sostener acusación alguna en estas. Hacerlo es cosa de un pasado cada día más remoto. Lo primero es dañar al enemigo, luego ya se verá, o no.
La justicia, esa en la que se dice confiar pero solo gusta si nos beneficia, ya había hablado en este caso a favor de los de Podemos. Se trata del acoso y derribo de una formación política, y en estas condiciones todo vale. Quien echa mano de la mentira sabe que es eso justamente y no otra cosa lo que su público quiere oír, lo que su aplauso convierte poco menos que en dogma de fe. Lo demás, importa poco. Hablan para sus correligionarios, es a su hoguera de aplausos y votos a la que arrojan su bencina. Solo así se entiende el bochornoso y constante espectáculo de un Inda debatiéndose en la tela de araña de las acusaciones de connivencia con la mafia policial que le apuntan por un lado y otro. Y no es el único. Nadie ha hecho ni dicho nada. Negar, negar, mentir. Lo hacen los protagonistas y lo hace alguien como Casado que aspira a la presidencia de Gobierno. De no creer.
¿Qué quedará de todo esto y de esta gente en unos años? Poca cosa, nada, me temo. Nombres olvidados. La escena será otra. Tal vez alguien pague, a modo de ejemplo, para, como es costumbre, desaparecer luego por la gatera. Incluso el deterioro de la ética pública se reputará algo anacrónico, risible, cosa del pasado. La indecencia forma parte de la vida pública, es la que le da consistencia a su cieno. Esto mismo de ahora que viene de lejos, no lo olvidemos, tiene un alcance muy limitado: nada tiembla, nadie cae, todo es forraje para el olvido.