Es extraño meterse en la cama con la sensación de haber vuelto a 2011 o antes, pero es lo que me sucedió el domingo. En 2015, la aparición de Podemos -unida al UPN, PPN y PSN más bajos de su historia- y un voto abertzale del 30% trajo el cambio de ciclo. Ahora, con un voto abertzale del 32%, el bajón de Podemos -9 puntos porcentuales, la gran mayoría hacia un PSN que sube del 13% al 20%- y la mejora del bloque de derechas -pasa del 34,4% al 36,5%- van a impedir que se reedite algo que, con todos sus defectos, ha funcionado dignamente. Y no hay muchas culpas que lanzarse, la verdad, más allá de decir, con lógica, que ha sido el bajón de la izquierda no aber-tzale el mayor motivo. Pero si miramos la historia de esta tierra, la izquierda no aber-tzale siempre ha andado entre el 4% y el 9%. El domingo, Podemos e I-E sumaron el 7,7%. Lo de 2015, ese 17,4% sumado, fue lo extraordinario, lo inusual, y lo que, una vez recuperado el PSOE, ha recogido el PSN, ayudado, eso sí, por los propios errores tanto de Podemos como de I-E, en Navarra y en España, que siempre afecta. Pero ambos partidos son necesarios y tienen que seguir siéndolo, como el resto, para hacer de Navarra una comunidad en la que no solo hablemos de identidades, sino de arriba y abajo y no siempre de un bando frente a otro, tan agotador en realidad, aunque la llamada a rebato de la derecha, al margen de qué ocurra con los pactos, ha funcionado y ha demostrado que lo importante no era con quién unirse, eso les daba igual, sino a quién desalojar. Sus votantes han votado orgullosos, ilusionados y con ganas de largar al gobierno actual, no nos engañemos. Esto es Navarra, no se cambia fácil una manera de ser que dura tanto tiempo. Así que ahora es momento de felicitar a los ganadores, confiar en que quien dirija esto entienda esa diversidad, aunque parece mucho pedir, y animar a los derrotados. Todos hacen falta.