oy caminando en la misma dirección en la que la Tierra avanza en su rotación, un minúsculo punto sobre el suelo de un planeta suspendido en el espacio en mitad de un universo en expansión de unas proporciones tan colosales que mi mente no es capaz siquiera de imaginar, trazando curvas con los pies silbando sin un destino fijo mientras el objeto incandescente que brilla millones de kilómetros por encima de mi cabeza da brillo a mis ojos y anima mi paseo hacia no sé dónde en una mañana de 2021 que ya está muriendo y tiene ganas de ser 2022 como 2020 quería llegar a 2021, con la inconsciencia esa que tienen los años creyendo que el siguiente será mejor y el siguiente aún mejor, gracias al mecanismo de autoengaño con el que todos somos capaces de funcionar y por el que no tiramos la toalla en muchas ocasiones, cuando no calienta el sol, ni se ve su fulgor y todo tiene un camino trazado, cada paso hacia una cita, una rutina, una obligación, un horizonte conocido y mil veces repetido. Camino sin más, con las tareas del día hechas, sano mientras no me mire, millonario en parámetros del tercer mundo y quién sabe si en parámetros de cinco manzanas más la derecha, consciente de mis pequeños dolores y de la excesiva relevancia que ocupan en mi mente cuando no soy capaz de adjudicarles la importancia adecuada, mucho menor de lo que debiera, mientras veo a un niño de unos diez años que corre y va con un balón y un plátano y me sonríe porque le sonrío porque los dos sabemos que ha quedado para jugar y él sí, el sí, ha encontrado en este instante su misión en este planeta viejo, azul y desgastado que cuelga en mitad de la nada viajando a una velocidad inasumible. Ese balón rodará y se contraerá y expandirá mientras los niños ríen y sueñan con el minuto siguiente, el horizonte más real y más preciado. Que tengan ustedes un gran 2022, lleno de paseos y minutos sueltos de ilusión.