Aquel encuentro estaba a punto de celebrarse. Hacía tiempo que la realidad se había poblado de ficciones y aquellos dos hombres tenían el encargo de acabar con aquella depresión colectiva. Ambos se creían históricos pero se habían comportado como histéricos.

Quim Torra llegó a la Moncloa muy nervioso. Había llegado en el AVE y durante todo el viaje estuvo preparando su encuentro con Pedro Sánchez, quien le esperaba en Palacio. No había dormido bien. Cuando ambos se encontraron en el pórtico de la Moncloa sus pulsaciones eran similares. A Sánchez su smartwatch le marcaba 120 latidos por minuto. Quim iba a 110. Cuando se dieron la mano, ambos notaron una sudoración fría que les puso en guardia. Llegaron al despacho y tras los saludos de rigor, qué tal tiempo en Barcelona, bien, menos frío que aquí, sí, llevamos días de niebla, pero hoy, ya ves, ha salido el sol y se agradece; abordaron el tema que les había juntado por obra y gracia de un acuerdo. Los jefes de gabinete desaparecieron. Y se hizo el silencio. En la mirada de ambos políticos se notaba el miedo. Pero, ya se sabe, a veces el miedo es el mejor combustible cuando se trata de ser valiente. Se escrutaron con la mirada pero ninguno quiso romper el hielo. Ambos trataban de ordenar su cabeza bloqueada por los retorcijones de las ideas que se agolpaban: no ceder, no mostrar flaqueza alguna, imponer la hoja de ruta, invocar a Catalunya y a España, tirar de Constitución, y de los presos qué. Así pasaron media hora. Mirándose sin decir nada. Quim entonces dijo: Presidente; "nada me haría más tristemente feliz que saberme, como hasta ahora, irresponsable de mis actos". Entonces el Presidente dijo: "es cierto, a mí también me pasa, frente al terremoto constante de nuestra realidad, contamos cuentos para sentir que nuestras vidas cuentan". Ambos sabían que el futuro parpadeaba y se oscurecía cuando intentaban mirarlo de perfil. Así que decidieron volver a verse a sabiendas que estamos vivos solo cuando nos equivocamos, cuando admitimos que no estamos en lo cierto. Y se dieron la mano. Ambos notaron el calor por donde se colaba el futuro.