abía pensado escribir esta columna sobre absolutamente nada. Para protestar, supongo. Por lo que sea. Siempre hay algo. Pero la verdad es que no sabía muy bien cómo enfocarla. Estaba un poco perdido. Pero luego, por suerte, me he enterado de que un tenista ruso ha dicho que la pandemia ha sido preparada por hombres poderosos para instalarnos microchips en el organismo a través de las vacunas y eso, curiosamente, me ha venido bien. Ya me siento mejor. Al menos no estás tan mal como este tipo, me he dicho a mí mismo en tono amistoso. Con lo bueno que eras con la raqueta, Marat Safin. Está claro que ser un genio del deporte no te garantiza un cerebro privilegiado. Pero bueno, todos estamos un poco, ¿cómo decirlo? ¿Hipersensibles? En modo impasse, digamos. Mi mujer ha ido a comprar y ha vuelto preocupada. Ha creído percibir un tono de pesadumbre en las conversaciones que oía en las tiendas. Dice que hemos entrado en una fase de abatimiento. Tiene la teoría de que estamos pasando por diversas fases psicológicas. Y que después de cuarenta días, que son los que se cumplen hoy, mucha gente está ya en fase de tristeza. Pero eso no tiene nada de raro, digo yo. La tristeza es normal. Nunca faltan motivos. Yo, para intentar alegrarme un poco, pienso en la explosión de natalidad que va a haber en diciembre. Hay un proverbio chino que dice que no puedes evitar que los pájaros de la tristeza revoloteen a tu alrededor pero sí que aniden en tu cabeza. El baby boom navideño puede ser divertido. También me ha hecho mucha gracia Metitxell Budó: "En una Cataluña independiente habría habido menos muertos", ha declarado con ojos resplandecientes y vigoroso entusiasmo. Me encanta. Necesitamos más gente así. Que anime al pueblo en los momentos difíciles. Y que nos hagan reír un poco, a ser posible. Aunque lo hagan sin proponérselo. De hecho, si lo hacen sin querer es aún más divertido. Los humoristas involuntarios son los mejores.